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Javier Llopis

Tribuna

Javier Llopis

La vía romana

El Papa Francisco tiene la enorme suerte de no dirigir una institución alcoyana. Si el Santo Padre trabajara en nuestra ciudad, su decisión de estudiar la posibilidad de establecer una fecha fija para la Semana Santa lo habría situado en el centro de una tormenta social y política de grandes dimensiones, en la que no faltarían manifestaciones populares, mociones municipales, virulentos enfrentamientos en internet y tensas asambleas de la Asociación de San Jorge. La idea de colocar el ciclo de la Pasión en la segunda semana de abril habría hecho surgir en Alcoy una poderosa legión de indignados defensores de la tradición, que se echaría a las calles con una enorme pancarta en la que se podría leer: «En el primer solsticio después de la luna llena de marzo. Sempre». El bondadoso pontífice argentino vería su nombre arrastrado por el fango y los programas de participación de las radios se llenarían de alcoyanos cabreados, calificándolo de traidor a las esencias patrias y acusándolo de convertir nuestras centenarias procesiones en un carnaval para turistas.

Dejando al margen los ejercicios de ciencia ficción, hay que reconocer que el proyecto papal tendrá dos consecuencias directas sobre la estructura de nuestra Fiesta. La primera es de cajón: en caso de aprobarse la propuesta pontificia, nuestro magnífico Domingo de Gloria dejaría de ser una fecha eternamente bailona y quedaría perfectamente fijada en la agenda, evitándose así las molestias generadas por el alargamiento o por el acortamiento desmesurado de los programas de «entraetes» nocturnas. La segunda consecuencia no es tan concluyente, pero debería invitarnos a todos a hacer una profunda reflexión: a pesar de sus dos mil años de historia y de su amor por los rituales centenarios, el Vaticano está dejando en evidencia a la sociedad alcoyana en cuestiones de renovación y de adaptación a los nuevos tiempos. Mientras el Papa expresa su voluntad de abordar la normalización del calendario de la Semana Santa, los alcoyanos llevamos casi cincuenta años dándole vueltas al traslado de las Fiestas de Moros y Cristianos al fin de semana, sin ponernos nunca de acuerdo y convirtiendo el tema en el eje central de una eterna guerra civil con dos bandos irreconciliables.

Cualquier ayuda externa será bienvenida para encontrar la solución de la gran polémica alcoyana. Hasta el mismísimo Santo Pontífice nos apunta una línea de salida para el conflicto y nos recuerda que, por sacrosanta y centenaria que sea, no hay tradición en este mundo que se imponga a las necesidades de las personas y a la lógica de la Historia. Si su plan para cambiar la Semana Santa se convierte en una realidad, la cristiandad entera comprobaría que no pasa nada, que este solemne ciclo de actividades religiosas y sociales en el que cada año participan millones de personas de todos los puntos del globo terráqueo no sufre ninguna catástrofe irreparable al verse trasladado unos cuantos días. Exactamente lo mismo que pasa en Alcoy cuando se celebra una Entrada en un sábado que no es el 22 de abril.

Procede de manera urgente organizar una peregrinación a Roma de los principales líderes políticos, festeros, sociales y económicos de Alcoy. Tal vez bajo los maravillosos frescos de Miguel Ángel, entre las majestuosas cúpulas de los templos de la Santa Sede y con la cercanía conciliadora del Papa Francisco encuentren el espíritu de concordia y la capacidad de acuerdo que aquí se les han resistido durante años. En el caso de que lograran una solución definitiva para nuestro eterno contencioso festero, estaríamos ante un auténtico milagro; ante un prodigio sin parangón, que debería ser saludado por el tañido alegre de las campanas de todas las iglesias alcoyanas y por una masiva suelta de palomas blancas, que anunciarían al mundo la buena nueva.

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