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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

La máscara de nuestros personajes

a mayoría de los humanos se crean un personaje a la medida en el que a ratos se reconocen y en todo tiempo les gustaría ser. Esta actitud tan antigua como el mundo se acelera en los últimos tiempos con las redes sociales. Antes, en estas cosas, estaban unos cuantos; ahora, hasta tendría perfil mi abuela. Lo que era privativo de escritores, artistas, bohemios y gentes de mal vivir se convierte por obra y gracia de las maquinitas en la conducta habitual del bípedo de 4 a 92 años que vuelca en las redes lo que quisiera ser y no puede. No es por nada que haya una frase célebre: «Nadie es tan feo como en su foto de DNI ni tan guapo como en su perfil de facebook». Pues eso.

El problema es que al final nuestro personaje toma el relevo de nuestra persona y aunque queramos matarle nos vemos obligados a mantenerle con vida. Por mucho que esta columna la firme un señor con nombre y apellidos es el Indignado Burgués el que está a los mandos y encima, sin ninguna responsabilidad ni legal, ni moral ni penal, puesto que si alguien le reprocha algo se limita a encoger los hombros y argumentar que él es un personaje y que no es malo, es que le han dibujado así, como a Jessica Rabbit. No me extraña que Sir Arthur Conan Doyle quisiera acabar unas cuantas veces con Sherlock Holmes que, encima, era más popular que el propio escritor. No tuvo suerte, presiones de lectores enfurecidos le hicieron resucitarlo después de caer por las cataratas de Reichenbach, que yo las he visto y cayendo por ahí no se salva ni Batman.

Pero no les voy a contar mis cuitas, que ustedes ya tienen bastante con lo que tienen, lo que quiero es advertirles, si aún están a tiempo, de que borren sus perfiles de facebook, no hagan caso de las solicitudes de linkedin y pasen como de la peste de twitter. Todavía pueden evitar que un personaje equivocado les arruine la vida, que un comentario desgraciado de alguien que no es exactamente usted le haga dar con sus huesos en la fría mazmorra.

Pongamos por caso que en tu mente te creas semejante a Bond, James Bond y, por principio, un agente secreto con licencia para matar es políticamente incorrecto. Tu personaje irá derivando cada vez más hacia grupos de tendencias semejantes, tenderás a compartir artículos que hablen de machos alfas, harás chistes misóginos y, de repente, un comentario machista espeluznante que escribe él, tu perfil y no tú, te lanza hacia las garras de la Fiscalía. Y les recuerdo que Bond no puede ir a la cárcel o se escapará a los dos minutos sacando un gadget de su Omega, pero usted por mucho Seamaster que lleve en la muñeca se va a comer el marrón enterito.

Son malos los personajes en las redes sociales y son patéticos los que en la vida que llamamos real se ponen la máscara de la farsa que representan. Les verán cargados de solemnidad revistiéndose de las insignias de su rango y condición, incapaces de asumir que los cargos vienen y van, que aunque hoy seas poderoso el tiempo es mucho más poderoso que tú y que cuando estabas vivo y eras un pájaro te comías las hormigas, mientras que cuando estás muerto las hormigas te comen a ti. Son esos pontífices que hablan desde un púlpito de que hay que bajar los sueldos o las pensiones, o echan una manita a los bancos asustando al personal para que deje de hacer la cigarra y cantar al verano y se hagan como las hormiguitas un plan de pensiones privado, renunciando a cualquier gasto extraordinario, por si todavía no le hubiesen exprimido bastante. No es que lleven careta, es que directamente tienen un morro que se lo pisan predicando consejos que nunca les van a afectar personalmente porque ya se habrán buscado las mañas para que así sea. Y encima partiéndose de risa de los miedos de la plebe con sus coleguitas en restaurantes de varias estrellas.

¿Qué quieren que les diga? Entre un desahogo en internet y un desahogado tipo directora del FMI o director del Banco de España, me parece mucho menos sancionable lo primero que lo segundo, pero verán como la Fiscalía tiene claras sus prioridades y que no van a coincidir ni por casualidad con las mías (o con las de quien es el amo de esta columna, que no es forzosamente su autor, advierto).

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