La renuncia como concejal por el PP de Miguel Valor nos brinda una magnífica oportunidad para tratar de comprender, en su justa medida, el alcance político de su trayectoria y sobre todo, la dimensión ética de una labor que ha proyectado sobre una ciudad tan necesitada de autoestima. No creo que debamos escatimar elogios para alguien que ha sido capaz de dedicarse a la política durante tantos años con la dignidad con la que lo ha hecho Valor, transitando por partidos políticos que han tenido un papel clave en la articulación del centro y la derecha en España, a lo largo de etapas bien complejas y en una provincia que ha alimentado tantas controversias. Resulta muy difícil encontrar por estos territorios políticos con la trayectoria de Valor que generen tantos elogios y reconocimientos a un lado y a otro del espectro ideológico. Y aunque pueda parecer exagerado hablar del legado de alguien que ocupó la Alcaldía de Alicante durante apenas cinco meses, su aportación a la vida política de la ciudad, en un momento bien complejo, ha sido más importante de lo que pensamos.

Desde el año 1979, Miguel Valor ha desempeñado numerosos cargos institucionales con un fuerte anclaje municipalista y con importantes responsabilidades orgánicas, primero en la UCD y posteriormente en el PP. No ha sido el típico político empeñado en escalar puestos y trepar en cargos, a pesar de haber tenido oportunidades para ello, sino que decidió trabajar y especializarse en instituciones locales y en el sector de la cultura. No encontraremos muchos casos similares en toda España, acostumbrados como estamos a políticos que en cuanto tienen poder municipal están pensando de inmediato en dar el salto a un cargo de mayor entidad. Compañeros periodistas recuerdan las ruedas de prensa de Valor, como concejal de Cultura, como una conversación con alguien entrañable, amable, preocupado por atender y responder a todo aquello que se le pidiera, incluso en los momentos más duros y ásperos del Gobierno del PP en la ciudad.

Su inesperada llegada a la Alcaldía de Alicante, el 15 de enero de este año, tras la dimisión por Facebook de su antecesora, Sonia Castedo, no se hacía en las mejores condiciones, teniendo en cuenta que el Ayuntamiento era un auténtico avispero con un clima irrespirable, considerando que sus antecesores en la Alcaldía estaban erosionados por la corrupción en diferentes sumarios judiciales, y que su partido, el PP, empezaba a dar señales de rigor mortis ante la corrupción, el descrédito y la aplicación de políticas austericidas ampliamente rechazadas. Sin embargo, Miguel Valor fue capaz desde el primer día de poner el andamiaje necesario para eliminar, desbloquear o invertir algunos de los elementos que venían dañando y envenenando la gestión municipal: se empleó a fondo para reestablecer un clima de diálogo y respeto, retiró la revisión del Plan General sobre el que recaían no pocas sospechas y puso en marcha un amplio proceso de información y participación sobre la polémica ATE de Ikea. A lo largo de sus cinco meses de Alcalde, Miguel Valor hizo honor a su apellido, tomando decisiones arriesgadas, que posiblemente no le colocaban en la mejor posición en el seno de su partido, pero que tenían un gran alcance para la acción política en el Ayuntamiento y para el futuro de la ciudad. Y lo hizo sin aspavientos, sin utilizar esa pirotecnia mediática a la que tantos dirigentes nos tienen acostumbrados.

Sin ninguna duda, somos muchos los que nos hemos preguntado por qué durante años Miguel Valor apoyó con sumisión todas esas decisiones que dañaban a la ciudad y que en cuanto tuvo oportunidad cuestionó y revocó, algo que tiene mucho que ver con el funcionamiento poco democrático en muchos partidos y la imposibilidad de canalizar la discrepancia. Pero en modo alguno ello empaña la importancia de las decisiones adoptadas por Miguel Valor, que restituyeron la dignidad a la ciudad y posibilitaron un mejor clima de respeto y tolerancia entre los partidos políticos.

Valor estuvo al frente de la Alcaldía tan solo cinco meses, pero tuvo un papel clave en el restablecimiento de un clima político de diálogo y respeto con el discrepante; en el reconocimiento de que la acción municipal debe contar también con la participación social activa; en la demostración de que algunos proyectos que el PP llevaba impulsando desde hacía años en la ciudad y que habían sido duramente cuestionados, no podían seguir envenenando y bloqueando su desarrollo. Por si fuera poco, él ha sido el primero y prácticamente el único dirigente del PP que reconoció el fracaso en las elecciones de Alicante desde el primer momento, pidiendo dimisiones a los responsables. No ha habido respuesta alguna y se marcha. Todo ello, además de condicionar el futuro del PP en la ciudad, ha facilitado algunas de las decisiones del tripartito que ahora gobierna Alicante. Como señala el sociólogo americano Thorstein Veblen en su teoría sobre el gusto por el trabajo bien hecho, Miguel Valor es una de esas personas que ha disfrutado con todo lo que ha llevado a cabo, algo con frecuencia ignorado en la política.

@carlosgomezgil