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Bartolomé Pérez Gálvez

Se va un alcalde

Van sobrados. O, al menos, eso parece. Tras el mayor fracaso electoral registrado por el Partido Popular en esta provincia, sus responsables aún se permiten el lujo de ir perdiendo a referentes históricos. Nada menos que a un alcalde de Alicante, libre de imputaciones y merecedor del respeto unánime de sus rivales políticos. Me temo que los jefes de la franquicia se confunden, justificando en la reforma que precisa el PP -seria y de calado- la aniquilación de todo aquel que pueda suponer un riesgo para sus intereses. Da la impresión de que les importa un rábano que, como resultado de esta purga, en el camino se queden sus mejores activos. Y es que ni la pérdida del 50% de sus votos -¡la mitad!- les ha servido de enmienda.

Miguel Valor abandona la política. En apenas cinco meses, el ex alcalde consiguió pacificar la ciudad y apartarla de las crónicas del escarnio público. Demostró tener la capacidad de diálogo que era indispensable recuperar en una capital como Alicante, hasta ese momento gobernada desde la prepotencia y el despotismo. No se amilanó a la hora de oponerse al macro-centro comercial de Rabasa, ni al retirar un Plan General de Ordenación Urbana bajo sospecha, o al no renovar algunas polémicas contratas municipales. Pudo ser un excelente candidato para su partido e, incluso, servir de puente para la entrada posterior de otros alcaldables más jóvenes. En las postrimerías de su carrera política, era el comodín perfecto para colaborar activamente en la necesaria transición que urge al PP alicantino. Todo se frustró.

Con José Císcar a la cabeza, la dirección provincial del Partido Popular ha tratado indignamente a uno de sus clásicos, uno de los mejor valorados por tirios y troyanos. Los modos utilizados recuerdan más a Makinavaja que a Maquiavelo. A lo claro, una marranada barriobajera. Que, el entonces alcalde, fuera incluido casi a última hora en la lista municipal quedó feo. Lo mismo que resultó desconsiderado no pensar en él para ocupar un escaño en la Diputación, más aún siendo el concejal con mayor experiencia en la corporación provincial. Luego siguieron metiendo el dedo en la llaga, negándole en la oposición que controlara las competencias de Cultura, área que siempre ha gestionado con bastantes más aciertos que errores. Valor es correcto y mesurado en sus comportamientos, todo un caballero que ha dimitido recurriendo a la socorrida fórmula de la atención a la familia. Hombre de partido hasta el final, no ha querido hacer sangre en su despedida. Pero, por mucho que argumente que se trata de una decisión meditada desde hace tiempo, dos semanas después de tomar posesión no es un motivo creíble. Se va un alcalde y se mantiene una panda de listillos. Menudo panorama.

Las reacciones de algunos de sus compañeros de filas evidencian la calaña de los personajes. Císcar quita hierro al asunto, afirmando que el ex alcalde nunca se postuló como diputado provincial. No le falta razón. A estas alturas, Miguel Valor no iba a mendigar ese puesto. Tanta es la dignidad con la que ha dicho adiós, como inmensa la ineptitud del servil heredero de Camps en la provincia. Una vez más, el de Teulada se ha cubierto de gloria al prescindir de uno de los políticos más sensatos de su partido. El dimitido, por buen negociador que sea, acumula la friolera de 40 años en la escena política y no está dispuesto a tragar con lo que le echen. Por otra parte, es evidente que su presencia incomodaba a quien viene impuesto desde Madrid para presidir la Diputación. Un detalle -el de la imposición o designación directa, según prefieran- que, por cierto, ya se ha preocupado de recordar públicamente el propio Císcar.

Más allá de la posibilidad de haber sido nombrado diputado provincial de Cultura, Miguel Valor era otra de las opciones a barajar para la presidencia de la Corporación Provincial. Dudo mucho que Ciudadanos pusiera objeción alguna a un candidato que, junto a su dilatada trayectoria, ha demostrado que todavía está en condiciones de solucionar marrones como el que asumió en el Ayuntamiento de Alicante. Una apuesta ganadora que hubiera dejado a Císcar -o a su delfín, César Sánchez- por los suelos. Eliminada Luisa Pastor y dimitido Valor, sólo le resta acabar con el otro Miguel (Ortiz) para alcanzar su objetivo.

Más reacciones. Producen cierta grima las declaraciones de Carlos Castillo, también edil popular en espera de mejor reparto del menguado pastel. A la vista de lo publicado, parece agradarle la dimisión de Valor, por cuanto considera ésta como «un gesto de ir dejando paso a gente más joven». Supongo que Castillo lo afirma en tono irónico porque, a excepción de María del Carmen de España, los populares no tienen a ningún concejal que baje de los cuarenta. Y contabilizando la inclusión del nuevo, José Ramón González, la edad media del grupo popular es de 50 años. No creo que el retiro de Miguel Valor aporte la entrada de ninguna joven promesa, sobre todo después de ver cómo despacharon a los exconcejales Belén González y Adrián Santos. A ambos se les ha visto muy combativos esta semana en los medios, recordando que faltan proyectos y sobran intereses por ocupar sillones. Me dirán que los dos andan jodidillos por quedarse fuera de listas, pero no por ello tienen menos razón en sus quejas. Lo dicho, la juventud en el PP empieza a los cincuenta. Pues nada, a esperar unos años, chavales.

En todo caso, la veteranía es un grado y no hay razón para desperdiciarla. Si tipos como Castillo y tantos otros han conseguido aposentar sus reales en ayuntamientos, diputaciones o la Generalitat Valenciana, en gran medida es gracias al trabajo que Valor y muchos más han venido realizando desde la oposición, en los años ochenta y principios de los noventa. Coordinador del programa electoral del PP alicantino en las elecciones del 24-M, Carlos Castillo es parte de esa generación de niños ricos -en sentido políticamente figurado- que han dilapidado la herencia recibida de sus mayores, a los que ahora exigen que dejen paso, porque no hay para todos. La realidad es que los Valor y compañía llevan la mochila cargada de victorias; mientras que Císcar, Castillo y demás cuadrilla, de derrotas. En fin, la vida al revés.

Y los corderos siguen callando.

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