Esta semana nos dejaba, prematuramente, José Miguel Iribas Sánchez, persona muy querida y valorada en diferentes círculos, y así ha quedado plasmado en numerosos testimonios publicados en distintos medios de comunicación que se han hecho eco de ello y que han elogiado, como no podía ser de otro modo, sus grandes cualidades humanas y sus aportaciones al conocimiento y la práctica del urbanismo y el turismo. Además de acompañar a su familia en estos momentos de dolor, es nuestro propósito contribuir, desde el ámbito académico, a valorar la figura de alguien al que apreciamos y admiramos y que representó un excelente ejemplo de científico social integral ya que, aunque sociólogo de formación, generó ideas que han sido asumidas por diferentes disciplinas y profesionales, desde la misma sociología, pasando por la arquitectura y el urbanismo y alcanzando dimensiones de análisis propias de la antropología, la economía o la geografía. Además de haber contribuido brillantemente al aporte y manejo de conceptos y marcos de análisis propios de un excelente investigador, un innovador en muchos sentidos.

Entró en contacto con algunos de nosotros, en la UA, hace más de dos décadas, precisamente por la presentación que nos hizo en su momento otra persona extraordinaria como fue José Ramón García Antón. Se iniciaba así una fructífera relación y, sobre todo, un entrañable vínculo de amistad que se materializó en la presencia de Iribas, como siempre le llamábamos, y que nos permitió contar con él en cursos y conferencias dirigidas al alumnado de Turismo y, en especial, a los del Máster en Turismo, que quedaban entusiasmados escuchándole con esa capacidad que siempre tenía para hacer pensar más allá de la exposición doctrinal y sobre la base de un cúmulo de experiencias, de problemas bien planteados y de capacidad de analizar la realidad de un modo nada convencional. De hecho, estaba prevista su presencia en el Máster para el pasado mes de marzo, algo que ya no pudo ser.

De igual modo, fue especialmente relevante su colaboración en equipos de trabajo dedicados a la elaboración de estudios aplicados en los que debatimos sobre tantas cosas y aprendimos de él, como ocurrió con el Programa para Municipios con Turismo Residencial (MUNRES) y el Plan Director de Espacios Turísticos de la Comunidad Valenciana (PLADET), en este caso junto con otros grandes profesionales como el urbanista Alfonso Vegara y el experto en temas ambientales Manuel Nieto Salvatierra, al que siempre estuvo muy unido.

De sus numerosas enseñanzas, sería ardua la tarea de sistematizarlas, con afán de exhaustividad. Pero algunas han quedado incorporadas al discurso científico-técnico del urbanismo y del turismo. Y esa esas enseñanzas a las que queremos referirnos ahora.

Cuando la producción científica en torno al ocio turístico era escasa y llena de tópicos, ya fueran en sentido positivo o negativo, el equipo dirigido por Mario Gaviria, del que formaba parte J.M. Iribas, ya en los años setenta del pasado siglo insistió en la importancia de la democratización del ocio que suponía el turismo de masas y en la configuración de Benidorm como una ociurbe, un concepto que ha quedado incorporado a la producción bibliográfica sobre el tema. Posteriormente, Iribas amplió sus investigaciones en torno al ocio turístico de masas desde una perspectiva social y antropológica, con interesantes aportaciones que supo proyectar en sus propuestas de planificación urbana, insistiendo en la necesidad de considerar el uso del tiempo y la forma de organizar el espacio para el turismo en los proyectos urbanos.

Entre sus muchos ejes argumentales, siempre le animábamos a que desarrollara, en forma de texto, la dimensión temporal del ocio porque suponía una manera diferente de entender los lugares turísticos, frente a la interpretación habitual y convencional, desde el entendimiento de la demanda turística a partir del modo en que el turista hace uso del tiempo. Así, solía decir que «El turista compra tiempo, no espacio». A partir de ese concepto, es posible entender el papel de la oferta de ocio en un destino turístico y el sentido, o el sinsentido, de algunos elementos de oferta creados ignorando ese concepto. A la vez que el tiempo sirve de marco para plantear modelos de aprovechamiento óptimos respecto a los recursos y activos turísticos de un lugar.

Precisamente desde la idea del aprovechamiento del tiempo, repensó el uso y la gestión de las playas. Pocos expertos desde el urbanismo y el turismo han dedicado tanta atención al conocimiento de las playas como espacio de ocio, al análisis de lo que denominaba ritos y liturgias de los usuarios y a su relación con el entorno urbano. De sus trabajos se derivan interesantes propuestas para repensar la manera de dinamizar esas playas, especializándolas, por ejemplo, y para poner en valor las playas urbanas, un recurso que consideraba excepcional frente al auge de los destinos exóticos desligados del hecho urbano.

Otra faceta sorprendente era el modo en que, para llegar a conocer una realidad sobre la que trabajaba, aplicaba su metodología de análisis, una «anarquía rigurosa», una forma de analizar problemas porque Iribas poseía una capacidad nada usual para generar ideas, ideas imaginativas e innovadoras, a una velocidad de vértigo, una cualidad que lo convertía en un profesional brillante, sin haber atendido jamás a cultivar su «marca personal» porque no lo necesitaba. A veces, su discurso era un verdadero aluvión de ideas y disquisiciones que podían aparentar esa anarquía; pero sus trabajos siempre estaban sólidamente fundamentados en el conocimiento de la realidad y en estudios de base. En particular, se argumentaba en encuestas diseñadas hasta en el más mínimo detalle, con un exhaustivo control del trabajo de campo y, lo más operativo, con una inteligente explotación de resultados. Había en él una capacidad innata para la elaboración de clasificaciones y sistematizaciones que ayudaban a entender realidades complejas, por ejemplo cuando realizaba segmentaciones de la demanda turística. Así lo hizo, entre otros casos, con la gran encuesta a residentes que diseñó en el marco del referido Programa MUNRES, en el cual Iribas prestó especial atención al apartado dedicado al «empleo del tiempo, el espacio y la frecuencia de uso» de los residentes por motivos no laborales, llegando al nivel de identificar los minutos dedicados diariamente a distintas actividades recreativas, como clave para generar productos.

Y por encima de todo, su relación con Benidorm porque, desde sus inicios con Gaviria, la base de sus investigaciones aplicadas fue, durante años, este paradigma de ciudad de ocio. Hasta el punto de que, después de Don Pedro Zaragoza, quien la configuró como modelo de destino turístico, fue Iribas el que analizó y entendió el modelo y su funcionamiento como nadie. Y él fue realmente el creador fundamental y difusor del relato de Benidorm como modelo turístico eficiente, sobre todo desde la relación del urbanismo con el consumo de recursos, como el suelo y el agua. La actual valoración positiva del modelo urbano-turístico de esta ciudad, desde el punto de vista técnico y académico, no se explica sin las aportaciones de José Miguel Iribas, ferviente defensor del modelo de Benidorm aun cuando, hasta bien entrada la década los años noventa, los destinos de sol y playa masivos eran comúnmente denostados desde la academia. No obstante, el discurso de Iribas, paulatinamente fue calando en ámbitos académicos y profesionales, de manera destacable entre arquitectos nacionales e internacionales. En suma, Iribas fue clave para hacer ver y entender de una manera distinta el sentido de Benidorm como ciudad de ocio.

Su vertiente de trabajo sobre los destinos/ciudades compactas no se puede desligar de su trayectoria en dicha ociurbe y de la visión urbana que Iribas tenía del turismo y que lo llevó a rechazar el análisis del turismo desde una perspectiva exclusivamente sectorial porque lo que realmente le importaba y le daba sentido era su intrínseca relación con el hecho urbano. El sustrato urbano, como solía decir, es parte fundamental del producto turístico en las ciudades de ocio, que ha de estar orientado tanto al turista como al bienestar de los ciudadanos. De ahí que en sus disertaciones haya una defensa a ultranza de la ciudad compacta, del espacio público y de la intensidad de la vida urbana frente a las ciudades difusas, surgidas del modelo expansivo, propio del denominado turismo residencial, concepto sobre cuya contradicción solía advertir.

Otra de sus inquietudes, pensando en el éxito de un lugar turístico, se centraba en que la oferta de alojamiento ha de ser dinámica y estar permanentemente activada, como motor del destino turístico. Son brillantes, en este sentido, sus primeros estudios sobre las diferencias de gasto por persona y día entre turistas alojados en hoteles y/o apartamentos turísticos y los alojados en segundas residencias, trabajos que revisten un indudable carácter pionero para explicar la mayor rentabilidad económica y social de un sistema de oferta dinámico. Un planteamiento actualmente asumido por la mayor parte del sector turístico.

Nos queda un recuerdo imborrable de su manera de expresarse y de la ebullición de sus ideas, junto con un legado conceptual y metodológico sobre el urbanismo turístico y los procesos creativos asociados al ocio en el que profesionales y académicos siempre tendremos un referente esencial.