Partiendo de la valoración de cada ser humano como un don de Dios, la Iglesia manifiesta su postura a favor de cuanto sea proteger la vida humana desde su concepción hasta su fin natural. Protegiendo, especialmente, a los más indefensos y débiles, acerca de los que destacará el Papa Francisco que «entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de todos» (Evangelii Gaudium, 213).

La Iglesia, que considera que, por el misterio de la Encarnación, Cristo se ha unido de algún modo con la vida de todo ser humano (Cf. GS, 22), se comprende a sí misma cada vez más como el pueblo de la vida y para la vida (cf. Evangelium Vitae, 78-79), que debe cuidar y promover la vida humana. Es una tarea que abarca todo el abanico de situaciones por las que atraviesa la vida del ser humano, que ha de ser acogida, educada y atendida en todo momento.

Sabemos que en esta misión de promoción de la vida no estamos solos, sino que, en muchos aspectos, nos hallamos en abierta colaboración con personas e instituciones que muy conscientes, desde distintas perspectivas, trabajan también a favor de la cultura de la vida. Así mismo entendemos que, en el seno de la comunidad eclesial, la promoción y la puesta en práctica del Evangelio de la vida corresponde de modo destacado al laicado. Llamado a llevarlo a la vida familiar, así como al ámbito de la propia profesión y a los diferentes espacios de la sociedad, especialmente al mundo de la cultura y la educación, de la política y de los medios de comunicación social.

En un día así, como es la presente jornada por la vida, debemos confirmar el gozoso mensaje del valor inmenso del ser humano y de todo ser humano, cuya vida hay que acoger y respetar desde el momento que se inicia hasta el momento que se extingue. Por ello, pido que nuestras parroquias y comunidades, especialmente el día de esta jornada, 25 de marzo, se hagan eco de este mensaje y se animen, desde él, a la hermosa tarea de ser, todavía más, conscientes y comprometidas en la defensa de la vida humana, en fortalecer la conciencia de todos hacia el respeto del derecho a la vida de los que van a nacer, y a pedir a Dios por cuanto todo esto significa, suplicándole por cuantos tienen vidas humanas en sus manos.

Precisamente el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación del Señor, tenemos la suerte de oír, de nuevo, la preciosa página evangélica del anuncio a María (cf. Lc 1, 26-38), que apunta la estructura dialogal de la fe, atestigua la delicadeza de Dios al acercarse a proponer su voluntad y a pedir nuestra respuesta, y que, en las palabras: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo», manifiesta al hijo como señal de la vida y de futuro, como exigencia de custodia y de servicio, de responsabilidad con la vida.

Pidamos a María que cuantas madres son portadoras de incipiente existir humano, acojan, y sean ayudadas a acoger, las tres palabras: «alégrate», «no temas», «te va a nacer una vida».