Todos nos quejamos de los recortes del Estado de Bienestar. Es evidente que los ciudadanos somos más pobres y que la solución ha de ser política, pero para solucionar un problema, primero tenemos que conocer plenamente el problema.

Los dos últimos siglos han supuesto un salto cualitativo en las condiciones de vida de la población en su conjunto. Unos dicen que fue gracias a las revoluciones liberales que terminaron con los privilegios del antiguo régimen y otros a la separación Iglesia-Estado. Ninguna revolución habría cambiado la sociedad si la Iglesia hubiese seguido mandando en los consejos de ministros y en las políticas y negocios terrenales. El mejor ejemplo lo tenemos en Estados Unidos, país joven que en algo más de un siglo se convirtió en la primera potencia mundial, sólo porque desde sus inicios la clase burguesa no tuvo ninguna resistencia aristocrática ni religiosa.

Desde principios del siglo XIX, los liberales se lanzan a la conquista del poder político y económico en todo el mundo. En su lucha por usurpar el poder a la aristocracia y al clero, la burguesía necesitó la complicidad del pueblo llano para hacer revoluciones y guerrear contra otros Estados liberales rivales. La recompensa fue repartir parte del botín de guerra: el nivel de vida del pueblo de las metrópolis era mayor que el de las colonias. Las políticas expansionistas de los Estados liberales dieron lugar a muchas guerras, entre otras las dos guerras mundiales. Para seguir conservando el poder, los liberales siempre necesitan la colaboración del pueblo llano. En ese contexto bélico, la recompensa fue dar participación política. El sistema democrático se convierte en el sistema más expandido, pero con el paso del tiempo, la participación política de las clases media y trabajadora representa un peligro real para la clase dominante liberal. Estas experiencias bélicas y democráticas dan lugar a cambios radicales, a una revolución neoliberal.

Hoy día, se simplifica el neoliberalismo como «la teoría política que tiende a reducir al mínimo la intervención del Estado». Sin embargo, el neoliberalismo es mucho más, es superar los errores del liberalismo que pusieron en peligro el mismísimo sistema capitalista. Para conservar el poder, los dueños del capital exportan hacia fuera la clásica división de clases dentro de un país. Los Estados se dividen en «dueños del capital», en productores y en países sin Estado (sin ley, fuente de materias primas baratas o gratis, refugio de mercenarios antisistema pagados por el sistema, y basureros de residuos industriales y nucleares). Los dueños del capital no admiten competencia, el país que cuestiona este status quo es acusado de productor de droga, dictador o terrorista, y sin contemplaciones es ahogado económicamente o saqueado militarmente. Sus holdings transnacionales controlan la economía y la política en cualquier rincón del mundo. Sin embargo, esa división por bloques es diferente para la población. Ahora, la división de clase media, trabajadora y pobre es global porque la producción de las multinacionales es global, y todos compiten contra todos. Con la deslocalización industrial hay excedente del bien «trabajo», y su valor se deprecia. El nivel de vida global ponderado de la población mundial no se nivela al alza, sino a la baja. El bienestar de los países ricos no se expande, al contrario, las pésimas condiciones sociales, educativas, sanitarias y laborales de los países tercermundistas invaden el supuesto primer mundo. Y, ¿cómo se ha producido esta revolución pacífica neoliberal?

En democracia, el poder se divide entre el judicial, el legislativo y el ejecutivo, es decir que ningún poder económico está por encima de ellos. Los ciudadanos legitiman al legislativo, y éste a su vez al ejecutivo que pone en práctica la política económica del partido político ganador en las urnas. El sistema bancario, banco central y bancos comerciales, es sólo un instrumento económico que, entre otras funciones, sirve al ejecutivo para aplicar su política económica y financiar al Estado. El Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea modifican radicalmente estas reglas democráticas basadas en la soberanía popular. Ahora los Estados deben acudir a los mercados privados de capitales para financiarse. Los prestamistas imponen sus condiciones, diseñan las políticas económicas de los Estados, las prioridades en gastos e inversiones y la devolución de la deuda, todo ello para su beneficio y suplantando la soberanía ciudadana.

El Sistema Político de la UE no es democrático, está diseñado a medida de los «dueños del capital», permite que los lobbies empresariales influyan y gobiernen en todas las instituciones de la UE. Los «dueños del capital» son para la UE el lastre que representó la Iglesia para el Antiguo Régimen. La recuperación llegará cuando una Constitución democrática europea rompa el bloque privado «Unión Europea-dueños del capital».