Habían pasado tan sólo diez días del comienzo de curso, cuando los niños y niñas de la clase de los «Canguros», de cuatro años, recibieron su primera visita: los padres de Sira vinieron a vernos. El papá a explicar su trabajo de buzo y su viaje inminente, y la mamá a participar y a hacer fotos del acontecimiento. La idea era invitar a Manuel a explicar su oficio en la clase de su hija, para, de paso, invitar a la niña a aceptar mejor la situación y al grupo a acompañarla en los sentimientos de tristeza, rabia, o añoranza, que quizás tuviera en los meses siguientes. Una manera de encajar la realidad y de incluir la circunstancia particular de esta familia, en la que el padre ha de ausentarse cada cierto tiempo por razones de trabajo.

Guardar la ausencia fue, pues, el motivo principal del encuentro. Sin embargo, el momento resultó ser, además, algo digno de ser recordado por todos debido a la sencillez y el buen clima que se generó, tanto por la presencia y la actitud de los visitantes, como por la emoción y la alegría que la niña mostró ante sus compañeros.

En un ambiente de gran expectación, Manuel empezó preguntando a los niños si sabían lo que era bucear, si reconocían el traje de buzo que traía y sus elementos, por qué pensaban que era necesario ponerse el traje, etc. Laura dijo que el traje lo llevaban los buzos «para no embrutar-se», Pablo que su padre buceaba, «pero sin ningún traje». Daniel comentó que el buzo hablaba «como un chino», (no sé si por la voz de pato que le salía con la máscara puesta, o porque hablaba con acento argentino). Joaquín explicó que los pulpos tienen ocho patas, y Laura añadió que «la boca la llevan por debajo». Alexandra recordó que «si estás en el agua mucho tiempo, se te ponen las manos muy viejas», lo que originó que cada uno comentara dónde les pasa eso a ellos: en la bañera, en la piscina, en la playa... Y Sira, inspirada por este instante conmovedor, se puso a fabular en voz alta esta pequeña historia: «Yo un día iré a lo hondo, hondo, con el traje de buzo que me va a comprar mi papá, a ver si encuentro un delfín, y me montaré en él y me llevará hasta la arena».

Nuestro buzo tuvo la oportunidad de escuchar estas lindezas, y también algunas discusiones sobre si existen o no los piratas y las sirenas. Y fue dando respuesta a las preguntas de los niños, a los que atendía con calma y cuidado: ¿tú te encuentras tesoros? ¿Son de los piratas? ¿Has visto un tiburón? ¿Y una ballena? ¿Y delfines? ¿Y anémonas? ¿Cuando tú te mueves, los peces te siguen? ¿En qué mar buceas? ¿Dónde duermes? ¿Te gusta tu trabajo?...

Después invitó a quienes quisieran a probarse la máscara y contó en qué consistía su tarea: «Los buzos nadamos bajando hasta el fondo del mar para arreglar los barcos, cuidar los peces, buscar gasolina, reparar tuberías... El traje nos lo ponemos para no tener frío, y para que no nos muerdan los pececitos, los pulpos o las medusas. Por cierto, que sepáis que a los pulpos les gustan las cosas brillantes, así que, a veces, nos quitan las herramientas a los buzos y se las llevan a sus agujeros-guaridas».

Mientras decía esto, iba poniéndose el traje de neopreno, y, como le costaba porque hacía calor, Iker le dijo en plan comprensivo: «¿Y para que te pones el traje si aquí no hay agua?». Un simpático comentario que seguramente logró aligerar el esfuerzo. Cuando por fin se vistió de buzo, el resultado fue impresionante: la máscara, las aletas, el traje, la mochila con la ruidosa botella de aire... Parecía un extraño ser, alto, vestido de negro, fuerte. Todo un héroe protector, que se animó a tomar en brazos a los niños que quisieron, (y hasta a la maestra), para que pudiéramos sentir su fuerza cercana y sonriente.

Nadie quedó al margen de la situación, cada cual se implicó desde donde pudo: Manuel por llamarse como el buzo, Eva y Pau por las ganas de salir a participar en todo lo que se proponía, Emma porque su hermano tenía unas gafas de bucear, Sofía porque decía que no le iba lo de los buzos, Irati, Marina y Claudia por la cara de impactadas que ponían...

Ante la pregunta de si le gustaba su trabajo, Manuel respondió:

-Sí, me gusta todo, menos una cosa: no ver cada día a mi hija y a mi mujer.

-¿No os veis por Internet?

-Sí, pero no es lo mismo que estar cerca.

-Bueno, pero siempre vuelves, ¿no?

-Sí, trabajo dos meses y vuelvo. Me gustaría no tener que irme, algún día será.

-Mi papá también vuelve cuando se va, dijo Aitana.

-Y mi mamá, añadió Álex.

-Sí, los padres se van, pero vuelven siempre con los hijos.

Una conclusión muy tranquilizadora para todos. Intentando buscar un final, le dije a Manuel:

-Entonces, si te pregunta alguien qué eres, ¿tú qué dices?

-Que soy «buso», contestó en su argentino total.

-Aquí decimos buzo, aclaré en plan maestrica. Y él probó a decirlo «a la española» entre risas. Acabamos pidiéndole que nos mande alguna foto de «lo que vea por el mar», dándole las gracias y obsequiándole con un sentido aplauso por sus informaciones, sus bromas y su cariño.

Desde luego ayudaremos a Sira a guardarle la ausencia.