Con un titular de lo más acertado, «Palabras viejas para la esperanza», el excelente periodista Pep Torrent reflejaba el contenido de su crónica del martes sobre el reciente mitin de Podemos en Valencia. Nadie aportó algún análisis innovador, alguna denuncia nueva, algo que no se hubiera dicho y repetido durante los últimos cinco años, en relación con los problemas de corrupción y abuso de poder que ha padecido la Comunidad Valenciana. Tampoco propuestas de futuro que permitieran fundamentar esa esperanza. Sin embargo, tanto la masiva afluencia al acto, como el comportamiento de los asistentes, ponen de manifiesto la existencia de un enorme depósito de ilusión nucleado en torno a esta nueva fuerza política.

La ilusión constituye un fenomenal combustible para la movilización política. Es capaz de activar un caudal de energía imposible de alcanzar recurriendo a motivaciones de carácter más racional, como los programas. Hay que reconocer que estos nuevos actores políticos saben jugar muy bien esa carta. No les quita mérito el hecho de que trabajen sobre un terreno previamente abonado para recibir la semilla de su discurso. Los efectos de la crisis -los materiales y los psicológicos- han provocado una gran decepción respecto del funcionamiento de nuestro sistema democrático, poniendo en primer plano el fenómeno de la corrupción. En la Comunidad Valenciana no ha aparecido nada sobre esta lacra que no se supiera ya en 2011. A pesar de ello, la confluencia entre la indignación que provocan el desempleo y los recortes y la presencia permanente de los casos judiciales en los medios de comunicación han propiciado una potente reacción de protesta. La amplitud de las redes sociales también ha contribuido lo suyo a la extensión y organización de la airada respuesta ciudadana.

Hasta hace un año, la labor de los estrategas de comunicación que diseñaron Podemos estuvo orientada a canalizar las emociones derivadas de la indignación hacia la protesta. Su audacia al presentarse y un poco de suerte -como reconoce el propio Errejón- les permitieron alcanzar un resultado en las elecciones europeas que ni ellos mismos esperaban. A partir de ese éxito, y de las repercusiones mediáticas del mismo, se encontraron con una base para transformar la indignación en ilusión y la protesta en empresa política. Y ahí estamos. Ahora tratan de enfocar la movilización hacia la generación de «vivencias», de manera que la gente quede anclada emocionalmente al proyecto. Para eso sirven los actos multitudinarios y en ese mismo sentido intentaron motivar a los simpatizantes, invitándoles a acudir a la manifestación de Madrid con el argumento de que algún día podrán contarle a sus nietos aquello de: «yo estuve allí». Una sencilla manera de decir que, con poco esfuerzo, se puede uno llevar a casa un trocito de protagonismo en un acontecimiento trascendente y dejárselo en herencia a la familia. Pocas cosas son más apasionantes que participar en la Historia -con mayúsculas- y poder contarlo.

En un escenario político y económico tan complejo y cambiante como el que vivimos, apelar a la razón para pedir el voto se ha convertido en una tarea casi imposible. Construir un programa, si se quiere hacer seriamente, exige contemplar un considerable número de variables y advertir sobre otro no menor número de incertidumbres. Cosas de la globalización y la interdependencia de los Estados. Pero no están las urgencias de muchos ciudadanos para tanta complicación. Lo que se reclama son certezas. Además de apelaciones a la épica -ser actores de algo histórico-, la ilusión se alimenta de expectativas y no se trata de difuminar éstas poniendo el acento en las incertidumbres y en las futuras dificultades. Para eso, lo mejor es prometer los cielos, sin detenerse demasiado en las estaciones intermedias. No hay mejor programa que el programa máximo y para los detalles, se remite uno al «proceso constituyente», donde se hará lo que convenga. El mismo martes pasado, INFORMACIÓN publicaba una amplia entrevista con Iglesias quien, ante una pregunta sobre la posibilidad de reforzar las competencias autonómicas, contestaba diciendo que «si es más eficaz? lo defenderemos».

La ventaja que tiene el que alcanza a ilusionar es que consigue que sus partidarios le perdonen casi todo. No sé qué es peor, si carecer de programa u ocultarlo, pero es difícil entender que no se tenga respuesta para el problema de la organización territorial de España y a uno se lo sigan tomando en serio como líder de proyección nacional. Sólo la seguridad que otorga un tipo de liderazgo emocional y acrítico permite despachar un confuso asunto, como es el de las facturas extranjeras de Monedero, con el desparpajo que lo ha hecho Iglesias; sin ofrecer explicación alguna y presentando la denuncia de los hechos como un insulto.

A estas alturas, es evidente que Podemos se ha configurado como una máquina casi perfecta de transformar emociones en movilización política. El aparato dirigente ha demostrado un dominio envidiable de las estrategias de comunicación. Por eso han cerrado a cal y canto el acceso a ese núcleo, de modo que sólo participan realmente los que garantizan fidelidad al discurso ambiguo, que tan buenos resultados les está dando. Cuentan con la ventaja imbatible de ser una fuerza nueva que tiene todavía todo por prometer y demostrar. Sólo ellos pueden jugar ese papel. Los datos de las encuestas refuerzan, además, sus posiciones porque hacen verosímil su victoria, sin asumir ningún compromiso concreto. Mientras los partidos que se reconocen de izquierda se esfuerzan en construir proyectos y programas, a ellos les basta con seguir cultivando la ilusión, que no necesita de muchas concreciones. El problema vendría si tuvieran que dar satisfacción a todas las expectativas que están detrás de la ilusión generada aunque, para entonces, ellos habrían alcanzado ya su objetivo de estar en el gobierno. Pero nadie debería olvidar que la situación es tan volátil que cabe cualquier posibilidad. En este mundo dominado por la imagen, muchos nuevos iconos se hacen viejos a los dos días y un año es una eternidad.