En los años ochenta del pasado siglo, el doctor alemán Ryke G. Hamer, propuso a la comunidad médica una nueva y revolucionaria teoría que, en su opinión, servía para tratar el cáncer. La controvertida puesta en práctica de sus hallazgos con multitud de pacientes, llevo a las autoridades sanitarias del país a retirarle la licencia para ejercer la medicina, e incluso fue condenado a un año de prisión por su insistencia en continuar con sus prácticas.

Según sus detractores, no existen evidencias de ningún paciente a quien el tratamiento de Hamer ayudara a recuperarse, sin embargo, otro médico español Vicente Herrera, continuó sus investigaciones, topándose con nuevos problemas judiciales.

Por resumirlo a groso modo, el doctor Hamer postulaba que las enfermedades físicas no son más que la somatización de conflictos psicológicos de la persona. Por lo tanto, el tratamiento médico no es eficaz, sino contraproducente por los daños colaterales que provoca. En cambio, la resolución de dichos conflictos intrapsíquicos, sí conduce a la sanación completa de la persona.

De ningún modo apoyamos estos arriesgados postulados que, como la comunidad médica afirma, generan falsa seguridad en los pacientes, y que en muchos casos les llevaron a abandonar sus tratamientos, conduciéndoles a la muerte. Sin embargo, una actitud inteligente podría consistir en aprender algo de ellos. La medicina ha recorrido un larguísimo y esforzado camino, pero seguramente tiene aún muchas cosas por descubrir. En ocasiones, grandes errores nos aportan un sabio aprendizaje.

Y lo decimos por un asombroso comunicado que recientemente realizó el Dr. Otis Brawley, director médico de la American Cancer Society, y que por su importancia, citamos textualmente:

«Estamos encontrando que entre el 25 y el 30 por ciento de algunos tipos de cáncer dejan de crecer en algún momento por sí solos, lo que puede hacer que algunos tratamientos se estimen apropiados, cuando en realidad los tratamientos no están haciendo nada. Hasta ahora los médicos no pueden determinar cómo identificar qué pacientes tienen cánceres que no progresarán, la única opción es tratar a todo el mundo».

Tales afirmaciones, en nuestra opinión, no deben de ser utilizadas para justificar ningún tratamiento alternativo, cuya eficacia tampoco está bien contrastada. Cuando topamos con un riesgo inminente para la vida, podemos adoptar decisiones apresuradas. Pero sí podemos tomar conciencia de que nuevos enfoques son posibles, de que cada vez está más aceptada la idea de que lo que pensamos y sentimos incide directamente sobre nuestra salud física. Cada vez estamos más cerca de encontrar las claves del complejo y apasionante mecanismo de fina relojería que existe en nuestro interior.