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Cuenta a cero

En momentos de crisis, las grandes organizaciones tienden a utilizar a los subalternos como parapetos cuando la masa exige castigar a los presuntos culpables. Entonces, el general sacrifica con tanta ejemplaridad como falta de rigor al coronel que retrocedió para evitar ser cercado, el presidente de gobierno al ministro sin telegenia ni padrinos periodísticos y los clubes de fútbol al entrenador que lo ha intentado todo por ganar excepto jugar con dos porteros. Sin embargo, estas prácticas de supervivencia se desmoronan cuando la muchedumbre prescinde de los cortafuegos y dirige su ira directamente contra el general, el presidente o el propietario. Es una situación revolucionaria que indica un grado variable de descomposición poco aconsejable por sus consecuencias más frecuentes: paredón, exilio, derrota, inestabilidad, decadencia, salvapatrias y, a los efectos que nos interesan, descensos.

Tengo entendido que el Elche atraviesa uno de estos episodios de histeria colectiva, razonablemente comprensible dada su terrorífica trayectoria y una falta de liquidez que convierte las finanzas venezolanas en un modelo de prosperidad. No hace falta haber estudiado economía en Harvard para intuir que beber achicoria en lugar de café y comer algarrobas en lugar de chocolate es síntoma de estrechez. Y la planificación de esta temporada ha recordado demasiado a una dieta de sucedáneos y a veces ni siquiera a eso. Instalados en la hambruna forzosa de los indigentes, el epílogo no ofrece dudas salvo milagro bíblico. Por otra parte, no creo que nadie sepa cuánto dinero debe el club ni a quién, lo cual agrava el problema casi cómicamente al introducirnos en un círculo diabólico: el consejo no puede pedir prestado ni los eventuales inversores arriesgarse.

El resultado es un delicioso vodevil en el que unos dicen buscar financiación en cualquier punto del sistema solar y otros presumen de estar dispuestos a salvar al Elche con una inyección millonaria que nadie ha visto todavía. Ustedes comprenderán que en estas circunstancias una derrota contra el Málaga apenas rebase el rango de anécdota intrascendente por previsible. Si el Málaga nos apabulla, el palco recibe insultos; si el Elche intenta reaccionar, los insultos se transforman en silbidos. Así es imposible organizar mínimamente una resurrección según las enseñanzas de los místicos, que lograban ser felices con achicoria y algarrobas. Santa Teresa jamás jugó al fútbol pero asumió que la vida es sufrimiento y logró alcanzar el éxtasis. Esto me recuerda que somos colistas, estamos en bancarrota y el próximo mes jugaremos tres partidos contra el Barça y uno contra el Madrid hasta alcanzar una definitiva velocidad de meteorito. Aleluya.

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