España nunca debió cambiar su tejido industrial por parques de ocio y casinos, ni tampoco el esfuerzo de invertir en nuevas tecnologías por la fácil cocción de la arcilla inmobiliaria. España nunca debió desindustrializarse y dejar que las manufacturas las hicieran otros a cambio de préstamos para construirles chiringuitos a los jubilados ricos del norte. España quiso ser sólo servicios y Administración pública de jornada continua y empleo de por vida, y ha acabado teniendo cinco millones y medio de desempleados, el 24% de la población activa. De esos cinco millones y medio, dos nunca volverán a tener empleo.

Ése es el resultado de aplicar políticas económicas que facilitan un crecimiento rápido a costa de olvidarnos de algo fundamental en una economía global tan competitiva: el conocimiento. Por querer ser primeros en llegar al banquete de la opulencia vamos camino de ser los campeones en pobreza y desigualdad.

El corto plazo de la ganancia fácil desplazó al largo camino que requiere el saber y aprender, de modo que, gastado en ocio, casinos y ladrillos lo que la economía especulativa nos enseñó, ahora no acertamos a comprender como es posible que tengamos la tasa de paro juvenil (54%) que avergüenza a propios y extraños.

Nunca debimos dejar de lado el sector que más empleo estable crea, que más formación acumula, que más riqueza deja en el país: la industria. Y ahora nos toca hablar de nuevo, como en los años sesenta del siglo pasado, de reindustrializar.

Hace unos días hemos asistido a las XXIX Jornadas sobre Economía Española que se han celebrado en la Universidad de Alicante donde, y, bajo el sugestivo título de «Emprender para salir de la crisis», excelentes académicos expertos en la cuestión (J. C. Fariñas, V. Salas, R. Myro) nos han ilustrado señalando los defectos de los que adolece nuestro tejido empresarial y qué hay que hacer para su regeneración. Y todos coinciden en la respuesta: reindustrializar el país, innovar a través de la ciencia y la tecnología, formar al capital humano, es decir, establecer prioritariamente políticas de oferta frente a incentivar a la demanda con más gasto público. Todo un cóctel de lo que se necesita para competir con las economías más avanzadas a través de mejoras en la productividad.

Reindustrializar para dotar al país de un tejido productivo estable, que cree empleo de calidad y que garantice un crecimiento sostenido. Innovar en procesos y productos fomentado y apoyando la I+D desde la Administración pública, invirtiendo en tecnología propia y apoyando a las empresas tractoras. Facilitar e incentivar la formación activa y romper, mediante una formación profesional dual, la polarización existente entre los que abandonan en la etapa de escolaridad primaria y los que terminan con titulación universitaria.

A pesar de que la ocasión era propicia, no vimos allí a ningún cargo político con competencias en materia de crear empleo, o en formación educativa, o en modernización, tampoco vimos a ningún aspirante a las alcaldías o a ocupar algún despacho en las instituciones autonómicas. Es decir, la clase política estaba ausente de un evento que podría haberles enseñado algo diferente que no sea cómo conseguir un puñado de votos. Quizá fuese porque también allí se habló de las consecuencias de la crisis y de las políticas redistributivas, es decir, del desempleo, de la pobreza y de la desigualdad. Quizá fuese porque allí se iba a debatir sobre la base del conocimiento, sin dar lugar a la pura retórica, hueca, vacía y sin argumentos en la que se emplean muchos de nuestros políticos.