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Juan R. Gil

La abdicación de Sonia Castedo

Después de la renuncia a la Corona de don Juan Carlos, le pregunté a un viejo amigo, experto en cuestiones dinásticas, cómo se va formando la opinión, el clima... en definitiva, cuándo abdica un Rey. «Un minuto antes de que le atropelle la historia», contestó. Mutatis mutandi, Sonia Castedo quiso -y pudo: no le faltaban ni condiciones ni respaldo popular para ello- reinar en Alicante, ser la Rita Barberá en la capital del sur, pero las amistades peligrosas del pasado se hicieron presentes raudas a la puerta de los juzgados. Y ahora está en esa tesitura: abdicar o que la abdiquen. El resultado es el mismo, pero lo segundo es más cruento. Porque si no te vas, si te echan, lo que viene no es el retiro, es el repudio. El exilio, en fin.

No hablo por boca de nadie. Lo que antecede y lo que sigue no es fruto de conversaciones con los protagonistas de este suceso interminable. La alcaldesa de Alicante está desaparecida desde principios de verano para todo lo que no sean actos oficiales del Ayuntamiento o comparecencias insustanciales. Y lo que el PP tiene que decir de su futuro, los dirigentes del partido lo están pregonando en la plaza pública. Así que aquí no hay mensajes, dobles sentidos ni lecturas entre líneas: sólo un análisis de la situación.

Creo que Castedo debe estar meditando la posibilidad de dejar la Alcaldía sin acabar la legislatura, por poco que le queda a ésta. Creo también que nos equivocamos cuando recogimos un comentario de ella en facebook, donde decía estar esperando «el momento más impactante» para hacer un anuncio y que no va a crear ningún partido que compita con el PP, como interpretamos, sino que la frase apuntaba precisamente a eso: a su marcha.

Es cierto que apenas quedan ocho meses para las próximas elecciones. Pero también lo es que la legislatura ya está muerta -lo ha estado desde el primer día- y que la situación de Castedo en el Ayuntamiento se ha hecho políticamente insostenible después de las declaraciones a INFORMACIÓN (periódico, televisión y web, por separado) del president de la Generalitat, Alberto Fabra, afirmando sin dejar resquicio a alternativa alguna que la alcaldesa no volverá a ser candidata si continúa imputada cuando las listas se decidan, imputación que de no producirse un milagro pesará efectivamente sobre ella durante mucho más tiempo que el que queda para que se anuncien por parte de la dirección popular quiénes encabezarán esas listas.

El efecto atronador que ha tenido esa declaración en el PP no viene de que en boca de Fabra resulte sorprendente, puesto que no lo es, sino de que esta vez no estaba respondiendo de forma improvisada en una rueda de prensa o un canutazo de radio, sino que lo que dijo lo dijo en dos extensas entrevistas y preguntado en diferentes momentos por dos periodistas distintos, mis compañeros Pere Rostoll y María José Valero. Fabra sabía lo que decía, donde lo decía y el momento en que lo decía, pues. Y es cierto que, al tratarse de la Alcaldía de una capital de provincia, no es Fabra, esto es, no es la estructura regional del partido, la que decide; la última palabra la tienen la dirección nacional y, en definitiva, Mariano Rajoy. Pero Rajoy ya la sentenció cuando trató de relegarla de forma escandalosa -e irrespetuosa- el día, hace ya algo más de un año, en que se inauguró el AVE. Y, en todo caso, después de sus declaraciones a INFORMACIÓN, no sólo dejando fuera de la competición a Castedo, sino tachando las conversaciones grabadas entre ella y el constructor Enrique Ortiz de «detestables», está claro que ambos, Fabra y Castedo, no pueden ya salir juntos en la foto. Si Fabra es candidato -y de momento parece que lo será aunque sólo sea porque es el único que quiere serlo: el resto de los que han sido consultados en busca de un posible relevo han contestado con un sonoro «no», y sustituirlo por alguien nuevo, Catalá o Bonig, como se ha especulado, no mejoraría las pésimas expectativas electorales que se ciernen sobre el PP y las quemaría para nada a ellas-; si Fabra resiste, digo, para el PP será políticamente imposible mantener al mismo tiempo a Castedo como candidata en Alicante. Pero es que, después de lo que ha llovido, un candidato a la Generalitat distinto de Fabra tampoco podría sostenerla.

Este final ya estaba escrito. Se contó aquí en cuanto que la Fiscalía implicó a la alcaldesa de Alicante en el denominado «caso Brugal». Pero no porque estuviéramos avisados. Simplemente porque es lo que ha ocurrido siempre y sólo hay que repasar la historia para comprobarlo. El partido primero envía a algunos a defender al acusado, mientras otros guardan un silencio que en esas circunstancias resulta estruendoso. Luego empiezan a oírse voces que cuestionan la continuidad de quien está sometido a instrucción judicial. De forma general, eso sí; pero sabiendo que los periodistas añadirán luego los nombres concretos. Y después se va incrementando la presión hasta llegar a la asfixia. En esa última fase estamos. El hecho de que nadie del PP -ni en Alicante, ni en Valencia ni en Madrid- haya salido en su defensa retrata mejor que nada la situación. Y si eso ha sido así siempre, más aún ahora, cuando el clima de opinión es decididamente partidario de aplicar la guillotina primero, que luego ya dirá la autopsia si el ajusticiado estaba emponzoñado o sano.

Convencida de su inocencia -y verdad es que, tras cuatro años, no se vislumbra fecha para enjuiciarla- Castedo ha cometido dos errores que ahora le pasan factura: confundir la responsabilidad política con la penal, primero; y pensar que podía controlar los tiempos, después.

Los tiempos de la política son distintos de los de la Justicia, como son diferentes las responsabilidades a exigir en uno y otro ámbito. Se ha explicado hasta la saciedad. Un político acusado de corrupción que resulta imputado por el juez debe dimitir, sin que ello tenga que presuponer su culpabilidad. Simplemente, la política conlleva privilegios y también servidumbres, y entre éstas últimas está el poner el bien común por encima del particular. No habiéndolo hecho así, Castedo ha sometido a la ciudad a una creciente paralización y a inacabables debates que nada tienen que ver con los problemas reales de los ciudadanos. Y encima, la agenda jamás la ha manejado ella: los jueces, su partido, la crisis, la rebelión de las masas... Ahí han estado los auténticos amos del calendario.

La primicia de que no repetirá ya se la ha robado Fabra. Así que, llegados a este punto, Castedo puede continuar, sabiendo que no va a ser de nuevo candidata, y que el castigo, teñido demasiadas veces de un machismo grosero, va a seguir. O puede optar por apartarse ya, dejar que Miguel Valor pilote la minitransición que se produciría, y esperar fuera del primer plano a que la Justicia dicte sentencia. Es la única decisión de la que todavía es dueña.

Catalá, en la política del sostenella

La última vez que soportamos en un mes de septiembre temperaturas como las que estamos aguantando, a Franco le quedaban aún dos décadas de tener este país sometido, el hombre no había llegado a la Luna, Kennedy era presidente y los jóvenes de París todavía no habían descubierto que debajo del asfalto está la playa. Háganse una idea. Que el Consell, siguiendo al pie de la letra el sostenella, no enmendalla, haya convertido una ola de calor en una especie de cuestión de honor y no haya hecho lo que en cualquier otro caso de emergencia haría cualquier gobierno: suspender las clases hasta que la situación se normalice, es de una torpeza increíble, por no decir algo más duro. Y que encima amenacen a quienes sí están aplicando la racionalidad es algo que sólo puede volverse contra la consellera Catalá. ¿Dónde está el sentido común?

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