Vivimos en una era tan marcada por las redes sociales que resulta ya difícil imaginarse nuestro día a día sin Facebook, Twitter, WhatsApp... Quizá como consecuencia directa de lo que se ha venido a bautizar como "infoxicación" -un exceso de información para el usuario-, todo aquello que resulta frívolo, curioso, friki, gracioso o morboso es siempre carne de cañón para el "boca a boca" digital.

Lo queramos o no, el verbo "compartir" conlleva hoy día unas implicaciones muy distintas de las que hasta ahora siempre había tenido tan noble acción. Es así de fácil: dos clics de una persona en su teléfono móvil, tablet u ordenador, dos, ni uno más, y un chascarrillo, foto, audio o vídeo puede llegar a recorrer el mundo en cuestión de minutos. Las repercusiones de cualquier cosa que hagamos son en la actualidad, sencillamente, imprevisibles.

La "viralidad", concepto no recogido -todavía- en el Diccionario de la Real Academia, acapara hueco día sí, día también, en todos los medios de comunicación. El problema es cuando no es buscada. Pueden dar fe de ello la exconcejala de Los Yébenes Olvido Hormigos, las actrices de Hollywood que recientemente han comprobado cómo media humanidad las veía en todo su esplendor o, sin ir más lejos, la autora de la foto del cadáver de un familiar desenterrado en Guardamar del Segura.

Apesadumbrada por que su tío, 23 años después de su muerte, haya alcanzado una fama involuntaria, admite que esa imagen debió quedar en la intimidad. Le sobró, al menos, un clic.