Es una verdad axiomática cuya constatación se viene repitiendo desde hace decenas de años sin que nadie parezca haber pensado en las consecuencias que se derivan de una forma muy personalizada de enfocar, juzgar y valorar las consecuencias de una peculiar forma de desarrollo de una determinada ciudad. «Los que molestan son los que vienen». Lo vengo/lo venimos diciendo algunos desde hace muchos años.

Y me refiero, naturalmente, a los lugares turísticos y, en este caso, muy particularmente a Benidorm, que en esto del Turismo (con mayúsculas) no creo que haya nadie que se atreva a llevarme la contraria respecto a su protagonismo.

Se repite año tras año, temporada tras temporada, ciclo tras ciclo. Y no escarmentamos. Bueno, no escarmientan porque mi opinión es bien distinta.

Ocurre en Benidorm y en muchos otros sitios. Ejemplos: «Es que no hay quien duerma», «no se puede andar por las calles más céntricas», «lo llenan todo», «no hay manera de sentarse en una terraza, todo está abarrotado», «no hay donde aparcar», «con tanto coche no se puede circular», «son muy mal educados, ponen motes a las calles», «llenan la ciudad de establecimientos baratos, mal decorados, llenos de basura y de chinos»,? y así cientos de frases, ya tópicas, repetidas hasta la saciedad por los habitantes indígenas o permanentes.

Pero los que tanto se quejan, cual modernas plañideras, seguramente no se toman ni un minuto de su tiempo en analizar el porqué de las cosas, como ahora mismo está ocurriendo en alguna zona de la ciudad señera del turismo.

Un barrio entero que se queja de las molestias que les produce la proliferación de negocios y su consiguiente acumulación de clientes en las calles, en parte, por el envidiable clima de la zona y en parte, también por la ley que no permite fumar dentro de los establecimientos. Pero, ¿quién vendió o alquiló los locales para el montaje y funcionamiento de esos negocios con beneficios, en muchos de los casos, impensables hace pocos años?. Yo se lo diré: los mismos que ahora se quejan de las molestias. Los mismos que, si no querían ruidos, que no hubieran alquilado o vendido sus propiedades y hubieran podido seguir haciendo redes sentados en la puerta de sus casas como antaño, que es una tarea solo turbada por las conversaciones entre las comadres y el excelso aroma del café casero que convertía en una bendición el paseo por las estrechas y solitarias callejas del corazón de la vieja ciudad.

Dice la vieja conseja que «el que algo quiere, algo le cuesta» y ha sido Benidorm y sus habitantes quienes han optado por ser un foco mundial del turismo que llega atraído no solo por sus playas y su clima, sino por el extraordinario y divertido ambiente que se respira en sus tardes y sus noches con todas sus ventajas, que no me negarán que son muchas (riqueza económica, mejora urbanística, empleo, servicios, etc.), y sus inconvenientes.

A mi también me producen molestias las aglomeraciones de clientes en las terrazas bajo mis ventanas, pero lo acepto como inevitable en una ciudad que atrae por sus excelentes condiciones de vida y que, lógicamente, tiene diferencias notables si la comparamos con cualquier lugar alejado y medio solitario de la montaña o la campiña.

Sería bueno meditar: sobre el axioma «los que molestan son los que vienen» y sopesar qué es mejor, ¿que molesten o que se queden en sus casas o que elijan otros lugares para el disfrute de sus ocios y la inversión de sus ahorros?.

Pues eso. Que aprovechen sus momentos de forzado insomnio para reflexionar sobre el tema.