Todos los fascismos han sido nacionalistas aunque, obviamente, no todos los nacionalismos pueden ser tildados de fascistas, concepto este último que en su acepción debe ir más allá de los simples movimientos llamados de extrema derecha porque en lo que ahora se llama izquierda extrema, qué sutileza, también hay actitudes totalitarias como la justificación de la violencia o la admiración por regímenes totalitarios; ya se sabe que los extremos al final se tocan.

En Portugal un último barómetro de agosto de 2013 sacó a la luz que el cuarenta y seis por ciento de nuestros vecinos era partidario de una integración política con España, existiendo además el Movimiento Partido Ibérico que lidera Paulo Gonçalves que apoya esa posibilidad mientras más de la mitad de la población lusa está de acuerdo en que el castellano sea asignatura obligatoria en la enseñanza.

Por otra parte, el Gobierno acaba de aprobar un proyecto de ley mediante el cual van a poder adoptar la nacionalidad española, compartida con la propia, los judíos sefarditas descendientes de aquellos expulsados de España en 1492 que no sólo la desean sino que mantienen viva su lengua, inmenso tesoro filológico.

Mientras tanto, en Cataluña tienen que ser los tribunales quienes regulen e intenten garantizar una mínima y legal presencia de nuestra lengua común en la escuela, habiendo obviado desde hace décadas la realidad de un bilingüismo cuando sólo se utiliza en la rotulación y medios oficiales de la Generalitat el catalán, convirtiendo en idioma residual aquel que hablan hasta 528 millones de personas en el mundo, siendo la segunda lengua tras el chino mandarín, habiendo superado al inglés según el Instituto Cervantes.

Los gobiernos de la democracia, a menudo necesitados de los votos de la minoría catalana, han hecho una dejación de responsabilidades cuando han permitido que los libros de texto hayan plasmado unos contenidos que incitaban al odio y al desprecio hacia España como si el propio concepto de Estado supuesto enemigo de Cataluña extendiera a los ciudadanos de cualquier autonomía políticas centralistas o contrarias a aquélla. Lo mismo ha pasado permitiendo que en ayuntamientos e instituciones públicas no ondeara más bandera que la cuatribarrada y a veces la de la Unión Europea a la que no podría formalmente pertenecer una Cataluña independiente.

Canalejas ya intentó con la Ley de Mancomunidades que se aprobaría en diciembre de 1913, un año después de su asesinato, solventar el «problema catalán». Desde entonces hasta ahora, el mismo ha seguido más o menos latente hasta llegar a los límites críticos actuales.

Cuando se derriban barreras, se suprimen fronteras, se unen países y no hay motivos racionales para que Cataluña se puede sentir más menospreciada que Extremadura o Andalucía por una España que no es Madrid, a qué hay que recurrir: a la mentira histórica. Los ejemplos sobrepasarían una página entera de este diario. La Corona de Aragón se ha convertido en Confederación Catalano-Aragonesa dentro de la cual hubo tres reinos, el propio de Aragón, Mallorca y Valencia junto a un conjunto de condados catalanes, no todos, que luego se han convertido en un Principado sin príncipes a lo largo de la historia.

El victimismo ha dado sus frutos llegando a extremos grotescos como manipular un grabado de 1714 cuando el asedio naval a Barcelona durante la Guerra de Sucesión, repintando en los mástiles de los barcos banderas rojigualdas que no fueron oficiales de España hasta finales del siglo XVIII.

La realidad de este conflicto, una lucha de intereses de potencias por hacerse con el trono hispano o la actitud en el mismo de Rafael Casanova, el héroe de la resistencia catalana, han sido falseadas hasta el paroxismo.

El delirio ha llegado hasta a personajes como Víctor Cucurull, presidente de la Fundació Societat i Cultura, reconocido historiador según los secesionistas, que habla de los tres siglos de ocupación militar de Cataluña por parte del Estado Español que ha sustraído al pueblo catalán desde Tartesos -que resulta era Tortosa- hasta Cristóbal Colón, Santa Teresa de Jesús o Miguel de Cervantes, insignes catalanes todos. Lo de este último, por la parte que nos toca merece la pena reproducirlo. Se llamaba Miquel Servent, oriundo de Xixona, donde el apellido Sirvent es muy habitual como sabemos, y escribió el «Quixot» en catalán, obligándole los malvados castellanos a traducirlo a su lengua y hacerle eliminar el manuscrito original. Esto sería para tomarlo a broma sino tuviera una legión de fanáticos seguidores crédulos.

Aún en el caso de que en el pasado hubiera habido acciones lesivas para Cataluña, formarían parte de la historia, sin más. Alguien cabal puede entender que España odiara hoy en día a Francia recordando la invasión napoleónica o a Gran Bretaña pensando en Trafalgar y Gibraltar.

Una de las peculiaridades de los nacionalismos es la de pretender una expansión territorial fundamentada en supuestos antiguos vínculos históricos. De eso Hitler dejó trágicas muestras así que no hay que menospreciar a Esquerra Republicana cuando dice que los Países Catalanes tienen representación en el Parlamento Europeo o el hecho de que la supuesta Constitución de Cataluña que se está redactando incluya a la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares como reivindicación irrenunciable.

Navarra que fue reino mientras el País Vasco jamás ha formado integridad territorial alguna a lo largo de los siglos, contempla como PNV y Bildu organizan una marcha por la independencia que nace en Pamplona cuya famosa plaza del Castillo formaba parte del spot televisivo de los nacionalistas de Urkullu ante la pasividad de los navarros.

El 9 del 11, que es el 11 del 9 al revés, los soberanistas lanzarán un órdago recordando los 300 años de «ocupación española». El juego ha llegado demasiado lejos y no observo reacciones que contrarresten la virulencia de costosos actos dentro y fuera de Cataluña mientras los recortes sociales asfixian a los más desfavorecidos, aunque sólo fuera mentando que si hay independencia al Barça de Messi le tocaría jugar la Lliga con el Nàstic, el Girona o un club llamado Espanyol.