A menudo se suele reivindicar un parque o zona verde en determinados lugares urbanos

como la panacea de rehabilitación de un barrio. Creemos que el parque dará vida a ese barrio. Lo cual es un error y en la realidad se produce todo lo contrario, y, será el barrio el que dará vida al parque.

En todas nuestras ciudades existen parques abandonados, infrautilizados y de poca utilidad. Seguro que se podría hacer un inventario de todos ellos y analizar su problemática. Pero en este caso, con un breve análisis sin carácter de exhaustivo, pasearemos por algunos parques urbanos de Elda, con el ánimo de establecer esas relaciones invisibles que hacen diferentes a todos ellos, contemplando tanto sus miserias o sus alegrías en función del uso que le da el ciudadano. Este análisis nos dará un diagnóstico de la situación de la vecindad circundante.

«Por qué hay tan poca gente donde hay un parque y ningún parque donde hay gente»- Jane Jacobs en su libro Muerte y vida de las grandes ciudades-

Si analizamos tres conocidos parques eldenses, el Cocoliche, la Plaza Castelar y la Plaza del Zapatero, estaremos en disposición de evaluar cualquier actuación futura e intentar comprender por qué es viable o no la adecuación o reforma de cualquiera de ellos.

La Plaza del Zapatero está situada en un entorno muy diverso. A su alrededor la diversidad de usos es notable: oficinas de seguros, bancarias, tiendas y supermercados, comercios de ropa, cafeterías, notarías.... y cerca, el colegio Padre Manjón. Las calles que desembocan en ella y sus paralelas están llenas de tiendas y servicios de todas clases, alimentando a una diversidad de casas nuevas y viejas que albergan diferentes clases de vecinos, lo que hace que este parque reciba una gran variedad de usuarios que lo utilizan a distintas horas del día. Está flanqueado, además, por equipamientos públicos culturales cercanos, la Casa de Rosas, el Teatro Castelar y la Plaza Mayor, con la que establece un eje a través de la calle Dahellos, donde sus animadas aceras refuerzan la diversidad de usos y funciones y, por tanto, la relación de sus usuarios.

El Parque del Cocoliche carece de toda esa diversidad de relaciones. Es un parque cerrado. Alrededor no hay colegios ni tiendas y pocas oficinas y despachos. Tampoco restaurantes ni espacios culturales suficientes para movilizar la diversidad. El parque no se puede cruzar y no hay itinerarios de encuentro.

La Plaza Castelar ha decaído por varios motivos muy semejantes al Cocoliche. Las calles circundantes son prácticamente de uso exclusivo residencial con un porcentaje elevado de casas deshabitadas. En otro tiempo existían colegios que aprovechaban el recreo para su utilización, las oficinas del Centro Excursionista y la Peña, hoy desaparecidas.

El eje Plaza Sagasta -Plaza Castelar, sin embargo, sigue funcionando por su centralidad y su diversidad de usos y actividades circundantes, que mueren como un río en la calle Reyes Católicos, convirtiendo la Plaza Castelar en un espacio vacío de contenido y una frontera infranqueable con el barrio de la Fraternidad.

El traslado del mercadillo del antiguo mercado a Virgen de la Cabeza le dió la puntilla. El zoco mediterráneo murió. La fachada del actual mercado ha perdido aquel espacio público de ágora y mercadillo tan característico de nuestra mediterraneidad. Los residentes de ese eje, raramente pasean hacia la Plaza Castelar y si lo hacen, allí se dan la vuelta. Sin embargo sí que pasean hacia la Plaza Sagasta. Nadie «sube» sino que «baja». Jane Jacobs decía: «Los parques públicos son hijos de sus contornos».

Este espacio público, que lo fue por excelencia, está sumido en un contorno de inanición funcional, no por su propio diseño, sino porque no tiene centralidad con respecto a la Fraternidad, al que parece ajeno, y no se sabe quien desplaza a quien.

Este entorno ha ido entrando en un estado de letargo y abandono, con muchas casas deshabitadas, incapaz de crear vecindades que nutran el parque: tiendas, oficinas, bares, escuelas, guarderías, centros y equipamientos culturales, en resumen, un barrio circundante con falta de diversidad económica y social.

La Plaza Castelar, en sí misma, nunca ha tenido la obligación de reactivar esta diversidad de su contorno, sino todo lo contrario. En estos momentos, ni siquiera un buen diseño, ni cualquier proyecto de reforma le devolverá su justificación como espacio público si no se actúa con el conocimiento exhaustivo de sus contornos, incluido el cercano barrio de la Fraternidad y sus necesidades, y excluyendo como sustituto, proyectos megalómanos pasajeros y preelectorales nacidos de caprichos políticos improvisados, no basados ni en estudios previos urbanísticos ni en el conocimiento y reflexión sobre experiencias paralelas y científicas que apoyarían cualquier tesis de reforma.

Por ello, el político debe recurrir a urbanistas capaces de analizar qué falta en cada lugar para rellenar el tejido urbano con factores de diversidad. Utilizar los vacíos con fines de revitalizar y evitar que los residentes abandonen el barrio. De ese análisis surgirá la respuesta colegiada respecto de, si la Plaza Castelar es capaz de funcionar apoyada por el entorno que la rodea, y si no fuera así, si se concluyera que no se sostiene por esa falta de diversidad intensa de sus alrededores, ese sería el momento de plantearse si tiramos 2.000.000 de euros, o reflexionamos sobre un cuidadoso estudio de qué usos incluir y de la puesta en diversidad de todo el barrio y su área de influencia, con una verdadera transformación urbanística basada en la participación pública, ejecutada en el tiempo y recogida en el Plan General para evitar «ocurrencias», precipitaciones y polémicas sobre ¡¡Reforma sí o reforma no!!