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La montaña crispada

El monte había estado ardiendo toda la noche y al alba atronaban ya los helicópteros que volvían a luchar contra el fuego: aquel ruido de aspas, tan temprano, conmocionaba a los pueblos de ambos lados del cabo de Sant Antoni, que llevaban toda la madrugada oliendo a ceniza y a tierra rota. Años así: a lo largo de los noventa se produjeron incendios terribles, el del 94 en La Pedrera, el del 97 en Los Lagos de Jesús Pobre (como el de ahora), el del 99 en Les Planes, que obligó a desalojar varios campings y fue tremendo: incluso se pensó en evacuar por mar a los turistas que atestaban Les Rotes de Dénia . «Han intentado quemar el Montgó por los cuatro costados» dijo entonces el conseller de turno que -qué cosas- es el mismo de ahora, Serafín Castellano. Años así: fuegos iniciados en el verano, por la noche y en pleno fin de semana que es cuando es más duele y cuyas causas, jamás certificadas, achacaba la ciudadanía en tertulias y bares a la fiebre urbanística de aquella época. Después, el parque natural quedó al fin protegido, quebró el ladrillo y las llamas concedieron quince años de tregua al Montgó: descansó entonces esta la montaña, la de los mil rostros, porque parece una mujer dormida ante el mar desde Dénia y un pico furioso desde Xàbia y un mosaico rojo desde Gata y son sus múltiples formas regaladas por los dioses, como cantó Paco Muñoz, las que configuran una sola identidad, la de un rincón del mundo llamado Marina Alta y la de sus gentes, tanto tiempo tranquilas? hasta el viernes. El viernes regresó la lacra del fuego y, con él, resucitaron los viejos debates de un urbanismo mal concebido y sin hidrantes. Y, con él, volvieron a crisparse todos los rostros de una de las montañas más amadas y más castigadas del Mediterráneo.

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