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Clásicos de hoy, de ayer y de siempre

Cuando un político quiere recabar el apoyo electoral de los ciudadanos ha de elegir siempre entre dos caminos. El primero es especialmente complicado y está reservado sólo a unos pocos privilegiados con un carisma especial: consiste básicamente en generar ilusiones entre el electorado, a base de lanzar propuestas de futuro que resulten atractivas y que enganchen a la opinión pública en un proyecto colectivo común. La segunda opción es mucho más simple en su ejecución y no exige ninguna cualificación intelectual específica de sus promotores: se trata de sembrar la semilla del miedo entre la ciudadanía, anunciando el llanto y el crujir de dientes si ganan las elecciones los contrincantes.

Si uno le echa una mirada al actual cuadro de mandos del PP de la Comunitat Valenciana y si analiza el balance de los últimos años de gobierno de este partido en la Generalitat, llega enseguida a la conclusión de que el discurso del miedo es la única salida viable para una formación política a la que todas las encuestas le pronostican una larga serie de debacles electorales. Descartada por motivos obvios cualquier posibilidad de despertar esperanzas entre la gente, los populares valencianos han optado por asustarla, en un intento desesperado de frenar la sangría de votos y la consiguiente pérdida del poder.

Una vez tomada la decisión de instalarse en la función susto, el resto es relativamente sencillo. Basta con rebuscar en la galería de monstruos del inconsciente colectivo, montar con ellos un argumento de película de terror y recorrer después el mapa de la autonomía explicándoles a los ciudadanos en las plazas de los pueblos los detalles más sangrientos y escabrosos de la inminente catástrofe.

A la hora de hacer el casting de esta versión política de La matanza de Texas, los populares valencianos han decidido recurrir a una de esas selecciones que en los viejos discos de vinilo se presentaban bajo el sugestivo título de «Clásicos de hoy, de ayer y de siempre». Rescatan del olvido el siempre efectivo fantasma del pancatalanismo y para darle un ligero barniz de actualidad, lo adornan con una serie de referencias cogidas por los pelos sobre «las terribles e inevitables» consecuencias que tendrá en la Comunitat la consulta soberanista de Cataluña. A este gran tema recurrente se le añaden otros igualmente efectivos, relacionando al posible tripartito de izquierdas con posiciones anticatólicas, radicales y hasta violentas. En esta galería de los horrores sólo faltaba el eficacísimo asunto del agua y de los trasvases, que con harto pesar se ha tenido que guardar en el cajón ante la imposibilidad de abrir un conflicto con el gobierno del PP en Madrid.

Aunque políticamente pueda resultar rentable, esta gran operación de intoxicación propagandística presenta también sus riesgos. El recurso del miedo pone en evidencia una situación dramática y escandalosa: el primer partido de la Comunitat Valenciana reconoce de forma tácita pero inequívoca que carece de propuestas de futuro y basa todos sus mensajes políticos en subrayar las carencias de sus adversarios. Esta campaña en negativo resulta especialmente preocupante, si tenemos en cuenta que estamos en una autonomía destrozada por la crisis y por la incompetencia de sus gestores, que reclama por vía de urgencia acciones de gobierno valientes y efectivas para salir del agujero.

Las especiales circunstancias que atraviesa este territorio autonómico también generan importantes dudas sobre la efectividad de este maquiavélico plan destinado a convertir las próximas campañas electorales en una versión barata de las películas de «sang i fetge». Los sufridos habitantes de la Comunitat Valenciana hemos visto tantos desastres en los últimos años, que resulta ya muy difícil asustarnos con los monstruos de toda la vida. Tras ver el aeropuerto de Castellón, tras ver cómo se desmantela nuestra red de servicios públicos y tras asistir al asalto policial de nuestra televisión pública, los valencianos nos hemos convertido en gente curtida, en tipos con nervios de acero a los que ya no les asusta prácticamente nada. Estamos curados de todos los espantos.

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