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Turista se es por actitud

Una vez más la Semana Santa sirve para mostrarnos cómo puede resultar el año turístico. Es como una muestra, un aperitivo, de lo que va a ser la cercana temporada, que es a lo que, para muchos, va a quedar reducido todo el ejercicio anual. Que ya tiene cosa que sigamos padeciendo la dichosa estacionalidad de una actividad para la que se tienen sobrados atributos para extenderla a una duración mayor. Pudiendo tener una ocupación digna durante los doce meses, pues nada, seguimos con la temporada del verano y el «arreón» que significa la Semana Santa. ¡Qué se va a hacer! Así vienen las cosas y así las tomamos. Y a confiar que se siga produciendo el llenazo por estas fechas, que peor sería que pincháramos.

Todos los destinos turísticos, esos lugares especializados -o casi mejor decir «exclusivizados»- en la recepción de visitantes, durante esta corta semana ponen a prueba sus facultades para satisfacer a una masa de clientes que en unas horas desembarcan en el municipio ávidos de exprimir todas sus posibilidades. Y, aunque parezca imposible dado lo extremo de la prueba a que se someten, las localidades superan el examen con buena nota. No me dirán que no tiene mérito que a un pueblo como -pongamos- Benidorm o Torrevieja y tantos otros, en menos de doce horas entren 300.000 nuevos visitantes, encuentren todos los servicios, y tres días después se vayan sin haber fallado ningún tipo de abastecimiento. Para eso, no me negarán que hace falta estar preparados. Hombre, sin ir más lejos, el día de la final de la Copa del Rey llegarían a Valencia no más de 60.000 seguidores del Madrid y del Barça (que es la máxima capacidad del Mestalla), estuvieron unas horas y parecía que la gran ciudad estaba colapsada.

Todos los destinos cumplen. Sea cuál sea su especialidad, superan el examen y con este título parecen garantizar el cumplimiento del compromiso que van a adquirir para el cercano verano. Unos dedicados al llamado turismo residencial, otros al excursionismo basado en sus eventos y atractivos puntuales y los otros? ¡Ostras! ¿Cómo llamar a estos otros? ¿A que queda fatal referirse a ellos como los que se dedican al «turismo-turismo»? Pero eso es lo que hay, ésa es su especialidad. Si destacan por recibir y atender turistas que no son residentes ni excursionistas, ¿cómo llamamos a esos turistas? Me tendrán que perdonar, pero no querrán que los titulemos como «turismo2» («turismo al cuadrado» queda excesivamente matemático), o «turismo auténtico» por pretencioso, así que no me queda otra, son: «turistas-turistas», le duela a quien le duela.

Pero, ¿qué más da?, se me dirá, si todos cumplen con sus clientes y funcionan acordes con su modalidad, pues todos son lo mismo. Pues, no, eso tampoco, las diferencias existen y no conviene ignorarlas. Pero, ojo, no por establecer clasificaciones o rankings, ni por dignificar a unos y menospreciar a otros; sino por dar respuesta a las necesidades reales de cada especialidad. Analicemos dos ejemplos provinciales sintomáticos por sus marcadas diferencias: Torrevieja y Benidorm.

El uno, Torrevieja, destaca por su urbanismo horizontal y por ser el máximo exponente en esta provincia del turismo residencial, ya que prácticamente el 100% de los visitantes que recibe pertenece a esta modalidad y solo posee unas 1.500 plazas dedicadas al alojamiento turístico (ese que se llamaría «turismo-turismo», vamos). En cambio, el otro, Benidorm, se distingue por su identidad urbana marcada por los rascacielos, dispone de más de 150.000 plazas en oferta de alojamiento (75.000 plazas regladas + 75.000 de potencial uso turístico), todas ellas dedicadas al «turismo-turismo». Como comprenderán, no se pueden establecer las mismas actuaciones en un municipio que en el otro. Cada uno es como es y debe ser contemplado consecuentemente con su realidad.

Pues bien, aun así, no deja de chocar el desencuentro entre unas modalidades y otras (se ve que siempre ocurre cuando existen diferencias) y no pasa día en que no salte la pregunta: ¿Los residentes, son turistas? ¿El turismo residencial es turismo? Hombre, pues aquí sí que creo yo que procede el «qué más da», que es el recurso que utilizamos cuando no sabemos dar respuestas. En un principio para determinar si uno era turista nos fijábamos en su aspecto físico, si era rubio, o parecía extranjero, pues ya está. Luego llegaron los españoles con su morenez confundiendo y desconcertando la apreciación. Y ahora, con tanto mestizaje?

Como se ve, la definición de turista se encuentra en crisis. Ya no nos sirve conocer su lugar de nacimiento, ni su aspecto, ni la lengua que habla; pero aún nos quedan unos rasgos que nos pueden ayudar a determinar a quién podemos calificar como turista: fijémonos dónde se aloja, qué tipo de servicios utiliza. En la actitud está la cuestión. Yo, cuando encuentro que su comportamiento es muy semejante al mío, me resisto a considerarlos como tales. Por el contrario, si alguien parece y se conduce como un turista, lo más seguro es que lo sea.

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