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La consecuencia nacionalista

Se ha dicho en más de una ocasión que, en relación con el creciente interés que el independentismo ha experimentado estos últimos años en una importante parte de la sociedad catalana, la causa de este auge responde, principalmente, a dos circunstancias. Por un lado, la sentencia del Tribunal Constitucional de junio de 2010 que fue tomada como una afrenta por los partidos nacionalistas catalanes, que vieron frustrados, sobre todo, sus reivindicaciones de orden sentimental en relación a la declaración de Cataluña como nación y, por otro, los innecesarios ataques del expresidente Aznar en su segundo mandato, fruto de una mayoría absoluta que le hizo pasar de hablar catalán en la intimidad en sus primeros años de Gobierno gracias al apoyo del principal partido político catalán a ningunear y atacar la idea de nación catalana en todas sus variantes.

La reciente negación del Congreso de los Diputados a la pretensión del Parlament catalán de recabar para sí la competencia para celebrar consultas soberanistas, hay que enmarcarla en el deseo de la Constitución de que sea la totalidad del pueblo español, mediante sus representantes del Congreso, el que decida sobre su destino, mismo pueblo que se otorgó tras la dictadura militar franquista de un ámbito de convivencia que situó, como uno de sus pilares básicos, el reconocimiento de las nacionalidades internas enmarcadas y unidas todas ellas bajo el paraguas del entendimiento democrático. La principal consecuencia que tuvo la Transición democrática para todas las fuerzas políticas fue la evidencia de que cediendo una parte de sus aspiraciones se ayudaba a construir una democracia duradera que tuviese como fin conseguir la tan recordada concordia. Así como la izquierda renunció a la consecución de una tercera República, los nacionalismos catalán y vasco hicieron lo propio con sus reivindicaciones separatistas, renuncias que se plasmaron en el espíritu y en la letra del articulado constitucional.

Por otra parte, cabría convertir en objeto de estudio el arraigo que el nacionalismo ha conseguido establecer en las nuevas generaciones nacidas en los últimos años del franquismo o ya en democracia plena y estable. Me refiero a jóvenes del País Vasco y Cataluña, así como de otras regiones como la Comunidad Valenciana o Galicia, que a pesar de vivir en territorios con una descentralización que ha ido aumentando con el paso de los años, y que ha supuesto que no sólo CC AA respecto del Estado sino incluso municipios respecto de las propias CC AA gocen de una gran capacidad de decisión sobre los ciudadanos que gobiernan, y a pesar de su gran capacidad decisoria, esos mismos jóvenes, repito, y no tan jóvenes, hayan expresado su negatividad a ser considerados parte de la idea de nación que denominamos España. Es evidente que esa ofuscación a la que antes me refería del Gobierno del Partido Popular de los años 2000 a 2004, empujó en Cataluña a miles de personas, que en buena medida no tenían ni idea de política y menos de historia política, a los brazos de una parafernalia nacionalista que les acogió concediéndoles ser protagonistas, por primera vez en ocasiones, de un papel político que por su propia ignorancia y desidia no habían tenido hasta entonces.

A ello hay que unir la dificultad de determinados sectores de esas nuevas generaciones de españoles, y que principalmente residen en pequeñas poblaciones catalanas pero también valencianas, de integrarse en la vida social y cultural de sus contemporáneos por razones que en ocasiones escapan a la lógica política. Jóvenes que se sintieron excluidos por su propia incapacidad, en ocasiones, de integrarse en la vida universitaria o de ocio nocturno por no superar el cambio de lo pequeño a lo grande, lo que les provocaba una insatisfacción personal que les hizo unirse a grupúsculos políticos locales o a partidos nacionalistas e independentistas de reciente expansión o creación como el caso de ERC o Compromís. La idea unamuniana de que el nacionalismo se cura leyendo y viajando ha terminado con toparse con una sorprendente realidad: los nacionalistas viajan para luego regresar en cuanto pueden a su territorio conocido en el que se les conoce. Pero además, si hasta hace poco se tenía por cierto que los nacionalismos eran siempre de derechas, nuevos partidos de izquierda localistas pretenden romper este axioma político.

La apuesta del PSOE por un federalismo que establezca de manera clara y definitiva las competencias de los distintos territorios llega tarde después de años de indecisión del PSC, cuya política de jugar a dos cartas puede que le haya dado votos en Cataluña pero al mismo tiempo ha permitido crear a nivel nacional la imagen de un socialismo dubitativo sobre la idea de España, algo inexacto habida cuenta la defensa de las autonomías y la idea de Estado que el PSOE llevó a cabo en las sesiones de trabajo que dieron lugar a nuestra actual Constitución.

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