El aparato de aire acondicionado no funciona. Viene el técnico, sale al tejado, echa un vistazo por aquí y por allá.
-Va a tener usted que cambiarlo -dice-, el gas con el que se alimentaban estos aparatos está prohibido ya.
Lo dice como si fuera un trasto de los años 50 del pasado siglo, pero no, se trata de un aparato de hace unos años, que funcionaba perfectamente hasta que empezó a tener pérdidas. Aquí, cuando empiezas a tener pérdidas, vas a la basura.
-¿Y no hay manera de encontrar ese gas antiguo? -pregunto.
-Quizá -dice- alguien tenga por ahí algún bidón, pero vamos, que está prohibido.
El gas viene a ser el software del aire acondicionado. Solo que cuando el software se estropea tienes que tirar el hardware. Pienso en las montañas de plástico que derivamos hacia el Tercer Mundo. El técnico me mira, parece que ha adivinado mis pensamientos.
-Seguro que está usted pensando en el cambio climático. Tiene usted cara de ecologista.
Me dice que su mujer tiene cara también de ecologista y que riñen todas las noches y todas las mañanas por el asunto del reciclado, en el que él no cree.
-¿Entonces qué hago? -pregunto.
-Cambiar el aparato. Para este cuartucho le basta con uno de 300 frigorías. Se encuentran por trescientos euros.
-¿A qué equivale una frigoría -pregunto.
-Ni idea -dice-, me paso el día hablando de frigorías, pero no tengo ni idea de cuánto miden. Piense usted en una kilocaloría y dele la vuelta.
-¿Cuántas kilocalorías necesito para sudar?
-Depende.
Despido al técnico un poco angustiado por la ignorancia en la que vivimos todos, incluidos los sabios, y me siento a escuchar la radio, a ver si me viene alguna idea. Hay una tertulia de expertos en el asunto ucraniano. Hablan de los filorrusos de forma aproximada, como el técnico del aire acondicionado hablaba de las frigorías. O sea, que no tienen ni idea. Pero hablan y hablan con una solvencia aparente que te pone los pelos de punta. Total, que me voy a la cama.
