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Mercedes Gallego

Los viajes de Gallardón

Una buena amiga que tuvo que abortar cuando en este país había más sombras que las luces, es decir, más menos como ahora, le debo mi primer vuelo, mi primera visita al extranjero y mi primera sensación de estar al otro lado de la ley. Una percepción que, añadida a la que provocaba el objetivo último del aquel viaje programado, les aseguro que no es de las más deseables. La aventura acabó bien pese a lo sórdido del traslado hasta una clínica de las afueras de Londres, a la soledad de aquellos días de enero en una ciudad desconocida y a la imposibilidad de hacer piña emocional con otros acompañantes que a buen seguro estaban tan perdidos y tan asustados como yo pero a los que superaba el miedo a desvelar datos de su identidad que pudieran acarrearles problemas legales a su vuelta a España. Digo que la historia acabó bien porque mi amiga y yo regresamos sanas y salvas a este país donde he tenido que estar cerca de situaciones similares en más ocasiones de las que me hubiera gustado pero cuya resolución aquí, sin salir de casa y sin tener que empeñarse para no abortar en unas condiciones que bien podían costar la vida, (lo de Londres era un lujo comparado con las carnicerías que se contaban de Portugal o incluso de aquí mismo para quienes no tenían posibles) distaba mucho de aquel maldito viaje. Fue tan dura la experiencia londinense y tan llevaderas, pese a todo, las posteriores que nunca pensé que fuera posible una involución como la que está intentando imponer un ministro que, escondido durante años bajo la piel de cordero, ha resultado ser el lobo más feroz de la derecha más peligrosamente ideologizada de este país, un animal sin sentimientos al que poco le importa que a los miles de jóvenes y no tan jóvenes que están teniendo que salir de este país para poder ganarse malamente la vida se les unan las mujeres que, como antaño, no les quede otra para ejercitar algo tan incuestionable como es su derecho a elegir.

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