Hay personas que viven muy concentradas en sí y se las suele llamar distraídas. Dentro y fuera, ese básico de Barrio Sésamo, establece unas grandes diferencias de visión y de comprensión. Es distraído el que habla u obra sin darse cuenta cabal de sus palabras o de lo que pasa a su alrededor. Para fuera va distraído pero para dentro va concentrado. El distraído no ve las señales y eso, que en los accidentes de tráfico se explica solo, en otro tipo de accidentes humanos y de relaciones accidentales también se dice así aunque no haya placas metálicas o pinturas en el suelo a las que atenerse. Meter la pata es interpretar incorrectamente las señales o no verlas.

Nuestra sociedad, a pesar de su fama de violenta, su realidad embarullada, su circulación a diferentes velocidades, en todas direcciones y sentidos, a pie y en variedad de vehículos de dos o cuatro ruedas, a tracción humana, animal o motor, permite cada vez ir más distraído, es decir más concentrado, por ejemplo, en el móvil donde se oye a otros que están lejos, se escribe a otros para tenerlos al lado, se lee información de proximidad o se aproxima información muy lejana.

Tenemos un entorno que calificamos de hostil pero vamos confiados mirando para otra parte de una forma que si nuestros antepasados hubieran recorrido así la selva, la sabana, la taiga, el mar, los ríos, e incluso el desierto, no podríamos haber nacido. Si hubieran salido a cazar el mamut como nosotros salimos a trabajar, con los cascos del iPod puestos no habríamos podido inventar el iPod (si se me permite la paradoja temporal).

Vamos por la calle con los sentidos puestos en tecnología que, concentrándonos, nos distrae o, visto desde fuera, nos distrae al concentrarnos. Nunca como ahora es útil una orden desabrida que oíamos con frecuencia los niños que crecimos en tiempos en que la infancia no reinaba el mundo. La frase era: «mira pa´lante».