Puede un funcionario público, un agente de la autoridad, enviar a "la eme" -él lo dice con todas las letras- a una persona, un inmigrante, que le requiere, con evidentes dificultades con el idioma, información sobre un trámite? No debería, porque no parece ni correcto, ni adecuado, pero es lo que ocurre en la oficina de extranjería de la calle Campo de Mirra, en Alicante, sin que nadie le ponga remedio. Allí, algunos días, se trata a la gente como animales, se les veja sin paciencia por no saber explicarse correctamente, ni entender a la primera lo que se les dice con gritos destemplados. Los policías gritan estar hartos y emplean gestos amenazadores a unos acomplejados inmigrantes orientales sin cita previa y con un bebé que los funcionarios creen que llevan para "dar lástima". Es posible que los agentes estén desbordados con el demencial sistema al que obliga la Subdelegación del Gobierno para renovar la residencia, pero la culpa no es de los inmigrantes a quienes humillan. ¿Exponen en los mismo términos su malestar al subdelegado del Gobierno? Hartos estamos todos de lo que está pasando en esa oficina de extranjería, un bochornoso espectáculo al que hay que poner fin de una vez por todas.