Una marca turística es un símbolo al que se asocian unos valores con el objetivo de crear una visión positiva del destino entre el público. Alicante lleva años reclamando ese símbolo a la Generalitat pero una vez más Valencia se ha adelantado. Me acusarán, algunos lectores, de volver a destapar con esta afirmación el sentimiento antivalenciano entre los alicantinos. No es esa mi intención. No busco colocar a Alicante en la trinchera frente a la capital de la Comunitat. Pero la realidad es la que es. Los 18 años que lleva el PP en el Gobierno, tanto en la Generalitat como en el Ayuntamiento de Alicante, no han servido para conseguir que la principal ciudad de esta provincia y segunda de la Comunidad, alcance la relevancia turística que le pertenece. Se han perdido muchos trenes y se insiste en los mismos errores, justo cuando la crisis deja en evidencia que no nos podemos permitir ni uno más.

El PP de Alicante lleva años minando el primer mandamiento del marketing turístico: potenciar los atractivos y eliminar todo aquello que genere una imagen negativa de la ciudad. Pero resulta difícil conseguirlo con una alcaldesa imputada por corrupción a la que se cita, en negativo, en cualquier lugar de España siempre que se nombra la ciudad.

No contentos con este lastre, el PP parece haberse conjurado para acabar de hundir el poco crédito que nos quedaba. En apenas un mes hemos salido en todos los informativos nacionales por diversos temas, todos ellos también negativos. Cualquier persona que estuviera pensando en venir a pasar unos días y disfrutar de nuestro cálido invierno ha tenido que ver en los telediarios que el principal hospital alicantino, nuestro Hospital General, estaba hasta arriba de basura, que los extranjeros pasan noches a la intemperie para poder realizar un trámite, en pleno siglo XXI, y que a menos de 20 kilómetros de la capital de la provincia a los niños se les cae el suelo bajo sus pies. Me dirán que eso es en Santa Pola no aquí. Sí, pero para bien o para mal el nombre de la capital coincide con el de la provincia y eso repercute en la marca Alicante, queramos o no.

Podemos mirar hacia atrás y ver lo que ha ocurrido en los últimos quince días e incluso podemos ir más allá y analizar qué ha pasado en los últimos 17 años. ¿Tenemos Palacio de Congresos? ¿Qué ofrecemos a los cruceristas -si es que queda alguno- que bajan en este puerto? ¿Tenemos icono turístico? ¿Tenemos paseo litoral del Plan Bahía Norte? ¿Tenemos conexión con el Altet? ¿Tenemos AVE? ¿Tenemos accesos dignos en la entrada sur? No tenemos nada de eso, pero tenemos una alcaldesa imputada por, presuntamente, amañar un PGOU, a favor de su gran amigo Enrique Ortiz.

Quizá es ella el icono, pero de la indignación. Mientras los ciudadanos asisten perplejos a las informaciones que revelan el reparto sobresueldos de dinero negro a dirigentes de Génova, parece que nadie se acuerda de que aquí nos gobierna una alcaldesa que se resiste a abandonar el barco, o quizá en su caso, el yate.

Los dirigentes de su partido le aconsejan que se vaya. No quieren que desgaste más su marca. Es una influencia negativa para la venta de ese producto que se llama Partido Popular porque en realidad, Alicante, les da igual. Qué más da. Aquí el problema es el desgaste de las siglas, dicen.

Y eso que hasta hace poco Alicante era una fiesta, la suya. La bonanza económica tapaba la ineptitud de los gestores que llevaban las riendas del Ayuntamiento. Si ustedes tienen conocidos o amigos en Valencia habrán oído alguna vez la famosa frase que se repite hasta la saciedad y que alude a cómo ha cambiado esa ciudad en los últimos 20 años. Sigo sin querer abusar de las comparaciones y del sentimiento de inferioridad, pero ¿A cuántos alicantinos nos gustaría decir esa misma frase? Pero mientras discutimos sobre el tiempo perdido se nos cae Luceros a trozos o el casco antiguo. Un símbolo, una marca que se resquebraja igual que Alicante.