A menudo la PIC organiza debates sobre aspectos concretos de Alicante. Igual lo hacen medios de comunicación y otras entidades. Hasta el Ayuntamiento se anima a promover discusiones sobre un Plan de Competitividad que ya veremos en qué queda. Siempre son útiles las propuestas, la ilusión activa, la disputa racional entre alternativas. Pero no es igual su utilidad en una época que en otra. Podríamos decir que para que no conduzcan a la frustración colectiva hacen falta unas precondiciones que aseguren la posibilidad -sólo la posibilidad, ni siquiera la certidumbre-? de su realización. Por lo tanto, a las enormes dificultades por las que atraviesa la ciudad hay que sumar esa: el vacío existencial en el que se desarrollan los debates cuando son, precisamente, más necesarios. De tal manera que van convirtiendo en quimeras lo necesario. A nuestro modo de ver, con tanta o más urgencia que decisiones sobre asuntos parciales, hay que tomar conciencia y solucionar un par de problemas generales que no pueden seguir ocultándose por más tiempo:

Vencer a la irrealidad

Lo malo de los debates aludidos es que, si sus participantes son sinceros, llega un momento en que se dejan vencer por una reflexión: ¿y todo esto para qué? Porque la irrealidad planea sobre las grandes cuestiones, sea la integración del ferrocarril, la salvación hipotética del pequeño comercio, el fomento del turismo, la coordinación con territorios limítrofes o el desarrollo de la Universidad. Elegimos a propósito temas antiguos y otros nuevos, porque el mal contagia, atraviesa, todos los proyectos y tradiciones. Ello se debe a la crisis. Pero haríamos mal si nos detuviéramos en una culpabilización abstracta. No es la crisis sin más -que está atacando a otras ciudades que, sin embargo, encuentran vías de avance- sino la forma en que aquí se produjo y en su gestión actual concreta. No es el lugar para insistir en las causas, pero baste con enumerar: la tendencia al monocultivo especulativo-inmobiliario que ha devastado, entre otras cosas, la dirigencia del empresariado y a la CAM; el desinterés por promover, desde los poderes político-económicos, acuerdos de amplio espectro que limitaran las ganancias urgentes de unos pocos privilegiados y el ejercicio del poder, lo que, a su vez, ha provocado la ausencia de una cultura de diálogo y consenso y la tendencia a la defensa de intereses particulares; la ausencia de liderazgo político, agravada por la sombra de corrupción que se instaló sobre la Casa Consistorial para quedarse a vivir allí.

Por eso Alicante se torna evanescente en los pensamientos de la ciudadanía interesada. Pero, literariamente, no es una ciudad hecha de la materia de los sueños, sino de la de las pesadillas. Porque estos "factores de irrealidad" están atentando, precisamente, contra los sectores más frágiles, los que más necesitan superar la creciente dualidad urbana, que se cree empleo perdurable, que se asegure la vivienda digna en barrios que se deterioran a marchas forzadas, a los que tienen que reflotar un turismo cada vez más perdido en tópicos sin sentido o a los que precisan salvar su pequeño comercio de las fauces de grandes superficies. La irrealidad, pues, es una forma de sostener los errores y de seguir castigando a los débiles.

Elevar las defensas

Hay algo de metafórico que sea ahora cuando el Ayuntamiento quiere musealizar y abrir la red de refugios antiaéreos de la Guerra Civil, una medida que apoyamos, y que apoyaríamos aún más si se integrara en un Plan Integral de la Memoria, aunque dudamos de su "oportunismo" y oportunidad en el momento de grave crisis por el que pasan muchas familias de nuestros conciudadanos. Necesitamos refugios porque el organismo local tiene muy bajas las defensas y es contaminado por cualquier virus o bacteria que en otros lugares encontraría mayor resistencia. Pero combatir eso, es decir, procurar la cura a partir de reforzar integralmente los mecanismos de respuesta y prevención, supone entender que el principal enemigo, de nuevo, es la forma concreta de la crisis, el efecto local del desastre global. Y ahí el adversario más temible es la quinta columna, las traicioneras pulsiones que antes enumerábamos y los traidores particulares, con nombre y apellido que sangraron las instituciones, que desarticularon la credibilidad del empresariado y de algunos partidos políticos y que despedazaron la lógica social y urbanística. Nombrarles, aclarar sus culpas, más allá de lo judicial, es básico: no podemos seguir atacados permanentemente por microbios invisibles, pues eso, a la vez, nos vuelve irreales y permite que los mismos traidores extiendan la culpa, nos hagan a todos responsables de medidas que sólo unos pocos pudieron adoptar y que otros silenciaron con estúpida complicidad.

Escribir esto puede parecer otra muestra de pesimismo. No es así. No podemos seguir consintiendo que cada crítica sea descalificada como obra de "aguafiestas": eso ha contribuido a que hoy estemos como estamos. Lo que nos limitamos a pedir y, humildemente, a ofrecer, es un marco conceptual en el que el pensamiento pueda tomar asiento, en el que aterricen con visibilidad suficiente las propuestas emergentes que hay que aceptar y estudiar con esperanza. Nosotros mismos vamos a participar en esos debates, vamos a formular alternativas y posicionarnos ante las que se produzcan. Vamos, en fin, a reunirnos con colectivos diversos para urgirles a participar en las preocupaciones por Alicante. Pero ya no basta con ser realistas: hemos de empezar por ser reales, seres reales, ciudadanos y colectivos que no se regodean en una congénita debilidad apenas tergiversada por los tópicos más queridos. La fuerza será la inteligencia, la crítica, el consenso auténtico y la renovación de liderazgos.

(*) Firman también por la PIC Araceli Pericás, Isidoro Manteca, Reme Amat, Manuel Alcaraz, Rafa Bonet, Séfora Bou, Pere Miquel Campos, Francisco Candela, Juan Castillo, Quico Consuegra, Armando Etayo, Pepe López, Ismael Vicedo, Ernest Blasco, Clemente Hernández, Miguel Ángel Pérez Oca, Tomás Mazón, Mario Serra, Salvador Mollá y María Luz Díez.