D ecía el periodista Ramón Lobo en el debate posterior a la emisión de «Invisibles» el jueves en La 2 que sería bueno hacer un poco invisibles a los visibles que hacen tanto ruido y más visibles a los invisibles que no tienen cabida en el periodismo de hoy, un periodismo declarativo de gente que se dedica al teatro político. La película a cinco voces producida por Javier Bardem , sin duda el gancho imprescindible para que las historias olvidadas que se narran hayan tenido la repercusión deseada, y el debate que moderó con sabio ahínco Pepa Bueno , los viví como un tironazo de orejas a unos medios de masas que van al arrastre, mirando hacia un lado de la realidad de mucho bullicio doméstico, con tanto chisporroteo de pedernal que nubla vergüenzas sociales en otro mundo que nos parecía ajeno. De golpe podemos señalar con el dedo porque el silencio también mata. Sabemos la génesis de «Invisibles», un casual encuentro de Bardem con la labor que hace en el mundo Médicos Sin Fronteras, sabemos el nombre de los directores que prestaron su talento, y nos sorprendimos con la bella austeridad de Wim Wenders y las mujeres violadas en Uganda contando su drama en un plano fijo, de repente invisibles contra la pared, de repente visibles ante nuestros ojos atónitos, y nos pareció obsceno, doloroso y repugnante que la enfermedad del sueño en Congo y la enfermedad del Chagas en Bolivia, que produce muerte súbita, no sean investigadas, no tengan remedio porque no hay medicamentos, pero existan 18.000 nuevos fármacos de adelgazamiento esperando el permiso de explotación. Isabel Coixet, Fernando León, Mariano Barroso y Javier Corcuera hicieron del arte un periodismo necesario, y visibles a los invisibles.