adie ignora que la fuerza más numerosa de ocupación de Irak opera bajo bandera de EE UU. Sin embargo, la mayoría piensa que el segundo contingente más numeroso corresponde al Reino Unido, cuando en realidad actúa bajo el pabellón de conveniencia que ampara a más de 30.000 mercenarios, pagados con salarios que envidiaría un futbolista de elite. Les sigue en número la aportación británica, de la que este mes se han desenganchado quince marinos y marines, precisamente para incorporarse a los ejércitos privados como cobardes de fortuna. De hecho, la suma ingresada por Faye Turney -la única mujer del grupo-, a cambio de unas declaraciones solemnes a la par que insustanciales, equivale a la soldada de la soldada durante diez años en la milicia. La cobardía no se utiliza aquí con sentido peyorativo, sino a modo de recurso muy valioso para salvar la vida en situaciones peliagudas. Los cobardes de fortuna han podido contarlo a buen precio gracias a que no dispararon un solo tiro cuando fueron apresados por los iraníes, a que reconocieron tantas veces como fue necesario la perversidad intrínsecamente de su patria erigida en potencia invasora, a que se dejaron vestir de elenco ganador de Operación Triunfo y a que agradecieron explícitamente a Ahmadineyad -el Hugo Chávez de Asia- el trato que se les había dispensado. En contra de quienes los han considerado una excepción no demasiado aleccionadora, su comportamiento define a la ciudadanía occidental con o sin uniforme, muy poco predispuesta a dejarse matar por una guerra ajena. Pasó el tiempo de los heroísmos o los martirios. Para culminar la humillación británica, se ha dinamitado la conjugación del verbo irregular «nosotros detenemos, vosotros capturáis, ellos secuestran». Los comentaristas británicos han exhumado a Lord Nelson para deplorar el comportamiento de los marinos, de la Royal Navy y del ministerio de Defensa. Las declaraciones pagadas de los cobardes de fortuna no fueron interrumpidas porque estaban siendo más embarazosas que la captura y la ulterior liberación, sino por el clamor de los familiares de los soldados británicos muertos y heridos en Irak. Se hacía difícil entender que las entrevistas de los apresados en un diario sensacionalista se cotizaran por encima de la indemnización pagada a quienes perdían una pierna o un brazo en combate. La opinión ha acabado por comprender que no hubo demasiado de heroico en la colaboración con la exhibición de relaciones públicas de Ahmadineyad. Por otra parte, nadie se siente molesto cuando Clinton Aznar rentabilizan con suculentos contratos su gestión pública no siempre edificante. Desde el punto de vista planetario, cabe agradecer a Blair que negociara la liberación antes de declarar la guerra a Irán, una táctica inversa a la llevada a cabo por Israel el pasado verano, y que costó una guerra en el Líbano tras otro secuestro de soldados. En el verso del poeta inglés Auden , «Hay un tiempo para admitir cuánto decide la espada». La suspensión de ese lapso salva cientos de vidas, pero contraviene la lógica carnicera impuesta por Bush . De ahí que la cobardía disfrazada de diplomacia haya sentado como un bofetón en el guerrero Reino Unido, y sobre todo en la fracción de esa geografía gobernada por Rupert Murdoch . Muy pronto se le apeó a Faye Turney el tratamiento de Lady Di , y se bordeó el machismo de recriminarle que desatendiera sus labores maternales mientras libraba guerras lejanas. De la contención a la cobardía sólo va una canción con vocación de himno, el clásico Rule Britannia. Para redondear el triunfo del «estado terrorista» de Irán, la letra de ese poema establece que Gran Bretaña gobierna «sobre las olas», y ese poderío se hace rimar con «nunca seremos esclavos». Los dos preceptos se vieron violados en un apresamiento que tuvo lugar en el mar, y en que la emancipación fue una decisión generosa de los captores. Para sellarla, se entregó a cada militar una bolsa de souvenirs, que se aprestaron a subastar en eBay. Los cobardes de fortuna y con fortuna han impartido una lección involuntaria al planeta. Si Irak es Vietnam, entonces Irán es Camboya, y la propagación del conflicto sólo es cuestión de tiempo.