L os niños del pegamento ni son tan niños, que algunos calzan ya sus buenos veinte años, ni aspiran pegamento por las calles, sino disolvente industrial empapado en un trapo, pero lo que sí son, bien que a su pesar por cierto, es una acusación andante, mangante y trastabillante contra los poderes públicos encargados del socorro social y contra algunas de sus funciones privatizadas y entregadas al albur de las oenegés del ramo.

Los niños del pegamento hace años que asolan con sus tropelías el antaño tranquilo barrio madrileño de Lavapiés, tantos años que, como digo, algunos estarían ya para entrar en quintas, si todavía se estilara el ominoso servicio militar.

Los niños son marroquís, pero podían ser de cualquier sitio porque, en puridad, no lo son de ninguno.

Dejados de la mano de Dios, bien por pertenecer a familias desestructuradas, por carecer de arraigo tanto en su país de origen como en el de acogida, por haber cruzado solos (en los bajos de los camiones que se trasladan en ferrys de un mundo a otro); el Estrecho, o, en todo caso, por ser portadores del estigma del abandono, la soledad y la pobreza, estas criaturas se dedican a inhalar disolvente para insuflarse del valor suficiente y de la inconsciencia necesaria para atacar a las ancianas del barrio que van a la compra y robarles las cuatro perras que llevan en el monedero, aunque tampoco desdeñan los teléfonos móviles de los vecinos, los pendientes de las mujeres (a una le desgajaron el otro día el lóbulo de las orejas); o las cámaras y las mochilas de los pocos turistas que aún se atreven a penetrar en el barrio.

Y ya está; con el botín compran en cualquier parte el tabaco que fuman incesante y compulsivamente, y, desde luego, la droga que les va licuando el cerebro.

Pregunten a Esperanza Aguirre por ellos, pregunten a su consejeros, a Ruiz Gallardón , a los «solidarios» que reciben jugosas subvenciones por llevar amparo a los desheredados de Madrid. Pregunten y no obtendrán respuesta, como si todos ellos hubieran inhalado el disolvente de la vergüenza y de la responsabilidad.