Hace casi 30 años que se detectó el primer caso de SIDA. Las cifras nos muestran que la tasa de nuevos diagnósticos de VIH en España está en niveles similares a los de otros países de Europa occidental, también en los mecanismos de transmisión. Esto supone un cambio debido a que la vía de transmisión predominante en las primeras décadas fue el uso de drogas por vía inyectable al compartir el material. Las nuevas políticas han dado buen fruto en este sentido. El número de personas que viven con VIH en el mundo asciende a un total de 34 millones, de los cuales, 16,7 corresponden a mujeres y 3,3 a niños de los que no se especifica sexo. En nuestro Estado, las mujeres que se infectan por VIH por mantener relaciones sexuales sin protección con hombres que viven con este virus, supone un 83% de los nuevos diagnósticos. Esta circunstancia hace pensar aún más en las causas de la desigualdad, cuando de entre ellas más del 50% de los nuevos diagnósticos corresponden a mujeres migradas.

El VIH/SIDA muestra las diferencias sociales entre hombres y mujeres. Y no nos engañemos, las diferencias biológicas no son razón suficiente para explicar la vulnerabilidad de las mujeres frente al VIH. Por el contrario, los factores que incrementan la vulnerabilidad frente al VIH, ya están descritos y son otros. Las cifras de personas viviendo con VIH en España se elevan también a expensas de mujeres y hombres. El sistema de género que mantiene las diferencias en el acceso inadecuado y desigual a la riqueza, los recursos y el control sobre éstos, concretamente los referidos a la atención a la salud, la educación y la seguridad social, está en la base de esta situación. A lo que se unen prácticas y creencias religiosas que refuerzan el patriarcado, situaciones de mala gobernanza, migración, conflicto, violencia, urbanización, guerras, así como el estigma y la discriminación de grupos marginados.

Una cuestión específica derivada del sistema de género que mantiene la vulnerabilidad de las mujeres es el ejercicio de la práctica sexual en relaciones de dominación. Este contexto impide cuestionar a las mujeres las acciones de sus maridos e imponer el preservativo al interior de la alcoba matrimonial, en ocasiones, por temor a la violencia. Diversos estudios muestran que la actividad sexual entre parejas discordantes, (en las que una persona está infectada por el VIH y la otra no), varía en la frecuencia y el tipo de las prácticas realizadas cuando es la mujer quien está infectada, pero no así cuando es el hombre el infectado. El uso de preservativos es también mucho menor en este último caso. El contexto de violencia masculina contra mujeres de todas las edades, limita su capacidad para protegerse frente al VIH. Estos actos ocurren en muchos contextos: el hogar, el matrimonio, el lugar de trabajo y los espacios públicos. La falta de acceso a profilaxis post-exposición (PPE) de mujeres que han tenido esta experiencia, agrava esta circunstancia. Este tratamiento que previene la transmisión de VIH/SIDA, ha de ser administrado preferiblemente antes de que transcurran seis horas del abuso y resulta eficaz si se aplica en las primeras 72 horas después de ocurrido el hecho. El tratamiento dura 28 días e incluye dos antirretrovirales. Esta es una respuesta agresiva de terapia preventiva, si bien lo peor es que en muchos países no está disponible en gran parte de sus hospitales. Estas situaciones se aumentan en situaciones de guerra y conflictos, en los que los incidentes de violación son frecuentes, lo que redobla las posibilidades de transmisión en las interacciones heterosexuales.

Por otro lado están las circunstancias de mujeres y niñas que al revelar su estado de VIH sufren abusos físicos y emocionales, por parte de sus esposos y /o familiares. Y también, algunas ideas erróneas, como la que asegura que tener relaciones sexuales con una virgen cura la infección por VIH. La epidemia, por tanto, desafía a trabajar desde la perspectiva de género, utilizando el marco de los derechos humanos; formulando políticas y programas considerando la realidad compleja y diversa; transformando la desigualdad de poder entre hombres y mujeres, para crear un contexto donde las mujeres tengan igual poder, y tanto mujeres como hombres sean menos vulnerables al VIH; y por último, desarrollando una respuesta coordinada al VIH/SIDA a múltiples niveles.

Este enfoque de género no implica trabajar sólo con mujeres. La educación dirigida a mujeres sobre el uso del condón en sus interacciones sexuales se ha demostrado inútil. Y lo ha sido por dos razones: el basarse en la construcción de la sexualidad imperante que les niega a ellas el deseo y un papel activo en estas interacciones: así como la imposibilidad de negociar en unas relaciones caracterizadas por la desigualdad. Por tanto, se ha de trabajar conjuntamente con el objetivo de cuestionar las situaciones que hacen más vulnerables a unas personas que a otras. Y también hay que estar alerta para que con el "argumento de la crisis" no se retroceda en las terapias que permiten gestar bebés sin infección, ni se deje de investigar para desarrollar la vacuna.