A mediodía del domingo me pego un buena caminata por la playa de San Juan. Mientras la disfruto, alguien me sobrepasa una, dos, tres y hasta cuatro veces, corriendo de acá para allá. Luce la inscripción de la sociedad de Enrique Ortiz, que se ve a distancia porque el chándal es fluorescente. El empresario lleva años llamando la atención. El propio sector al que pertenece lo ha tenido en el disparadero al contemplar cómo ha ido llevándose las mejores tajadas. Y ahora, los primeros espadas desde el 95 -Alperi y su hija política- tienen que pasarse el día dando explicaciones o negándose a darlas, que es peor, sin olvidar que el alcalde previo -Luna-, tras acabar su desempeño, trabajó para Ortiz pasado un tiempo, lo que contribuyó a ensanchar la leyenda. Escuchando sus conversaciones con Castedo, nadie puede evitar pensar que esto es el cortijo del responsable de la limpieza urbana. La del empedrado, cuál si no. Es lo que traslada aquel diálogo recogido en el sumario, que este diario reprodujo en octubre, alrededor del cual los investigadores piensan que subyace el pegeú: "Ortiz: "Me has dado un tebeo del Coyote". Castedo:"¿Qué va dentro?". "Eres la hostia. Eres la tía más grande que he conocido en la vida". "Porque, ¿qué va dentro?". "Es el mismo que antes de la modificación". "No puede ser, si es el último". "Eres un crack". "Es el mismo que tengo yo". "Ha tenido que variar -remacha él- porque había un montón de suelo de la Generalitat". Por mucho que Ortiz sea un zalamero osado, un cargo público se lo tiene que mirar. No puede ser que se entregue más a cualquier negociante que a la ciudad y no hay más que ver cómo está uno y cómo anda la otra. Parece obvio que ambos charlatanes han venido cuidándose incluso en el proceso que sigue el tesejota. Ella, que lo tenía todo para alcanzar el estrellato, ha escogido estrellarse. Y él, cualquiera sabe en lo que devendrá. Desde luego podría canalizar su energía de otra forma. Y con que se desprendiera de algo del peligro que tiene, Portillo, selección.