La vida de Miguel Hernández, que ya hace setenta años que no está con nosotros, nos ha dejado muy abundantes huellas, señales y testimonios de su acontecer no solo en sus versos, sino también en sus cartas, que, cuando se cumplen los setenta años de la inicua extinción de su persona, consideramos obligado rememorar, siquiera indiciaria y brevemente.

En cuanto a la identidad de emociones y acontecimientos presentes en sus poemas y en sus cartas son elocuentes y clarificadoras las palabras que incluye en la escrita en junio de 1936, cuando dice a Josefina Manresa que todavía era su novia: "Ya te mandaré versos, me parece una tontería mandarte con las cartas porque ya te digo lo que siento en cada una de ellas".

Para constatar la común inspiración, el idéntico magma del que brotan los poemas y las cartas de Miguel Hernández basta reparar en dos de los títulos de sus poemarios, el de su primer libro efectivamente publicado, Perito en lunas, y de otro que no llegó a ser más que un borrador, El silbo vulnerado, y tener en cuenta que, en el primer caso, la huerta era la generalizada ocupación de los oriolanos del tiempo en el que estuvo inmersa la juventud de Miguel, hasta tal punto que constituyó el motivo y la poética y metafórica dedicación que refleja el titulo de su primer poemario, y sobre el rótulo del libro que solo fue un proyecto, constamos que es, sin ninguna duda, una hermosa y sugestiva alusión a la forma de llamar a su novia, hasta tal punto real que Josefina, dirá en su memorias: "Al día siguiente silbó en la placeta y yo mandé a una de mis hermanas a que le diera las cartas y retratos".

Las expresiones y las ideas de Miguel son, en muchas ocasiones idénticas o parecidas en sus versos y en sus cartas. Una evidente prueba de esta analogía la encontramos en la carta que el 10 de diciembre de 1934 escribe a Josefina, en la que podemos leer: "Ni voy al cine ni al teatro, ni a ninguna clase de espectáculos. De mis asuntos a mi casa y de mi casa a mis asuntos", con evidente semejanza con el verso del sexto terceto de la Elegía a Ramón Sijé, en el que leemos: "Ando sobre rastrojos de difuntos/ y sin calor de nadie y sin consuelo/ voy de mi corazón a mis asuntos".

Aspectos escatológicos o crudas expresiones presentes en la obra poética del genial oriolano, como la tan conocida "me duelen los cojones del alma", del poema Los cobardes, con la que manifiesta su enojo y su dolor ante los hombres que no aceptaban la necesidad de luchar a favor de la República, no estaban tampoco ausentes de sus cartas , y en una de la más curiosas, la de 29 de abril de 1940, también encontramos una referencia al dolor que siente en sus masculinos atributos, aunque, en este caso, no es un padecimiento moral el que lo causa, sino algo tan material y prosaico como la estrechez de unos calzoncillos, cosidos por su esposa, que le lleva a decir: "Josefina, como los calzoncillos que me has hecho sean como los que tengo aquí no me los pondré. Tú no sabes el tomento que me dan en la huevera".

En la parte del corpus epistolar escrito desde las cárceles es evidente, al igual que en los poemas de esta etapa, un concentrado dramatismo y una mayor intimidad, que ya había sido intuida y anunciada por el poeta en una composición titulada precisamente Carta, incluida en su libro El hombre acecha, que había sido escrito cuando no habían finalizado los combates, y Miguel no estaba en la cárcel, si bien es cierto que sus palabras ya anticipan la ansiedad y la angustia que caracterizarían su estancia en prisión diciendo : "Cartas, relaciones, cartas / tarjetas postales, sueños/ fragmentos de la ternura, /proyectados en el cielo, / lanzados de sangre a sangre/ y de deseo a deseo".

Las merecidamente conocidas y alabadas Nanas de la cebolla constituyen un ejemplo paradigmático e incontestable de las interrelaciones entre sus cartas y sus poemas, los versos responden, en este caso, a una carta de Josefina, en la que le informaba de su alimentación exclusivamente a base de pan y cebolla, y en su respuesta, una carta del poeta, escrita el 12 de septiembre de 1939, ya anticipa una de las metafóricas elaboraciones de su celebérrima nana, cuando dice: "Estos días me los he pasado cavilando sobre tu situación, cada día más difícil. El olor de cebolla que comes me llega hasta aquí, y mi niño se sentirá indignado de mamar y sacar sumo de cebolla en vez de leche. Para que lo consueles le mando estas coplillas que le hecho". En estas palabras transcritas, los límites entre la realidad a la que se refieren y la poesía que los refleja desaparecen, y cuando Miguel escribe en esas coplillas para su hijo, "con sangre de cebolla se amamantaba", la estremecedora expresión es correlato de la real situación de carencias alimenticias en las que se encontraban su esposa y su hijo. Del mismo modo, algunos rasgos físicos de su segundo hijo Manuel, aparecen en sus cartas, como, por ejemplo, cuando, en la del 5 de agosto de 1939 dice: "Ayer fue su cumplemeses y si hubiera podido le hubiera felicitado. Manolillo mío, hijo, aunque tarde te felicito en tu octavo cumplemesesÉ Tengo unas ganas muy grandes de oírte nombrarme y de verte y comerte esos dientes, esos cinco dientes que ya tienes", y está refiriéndose a una entrañable circunstancia que afectaba a su hijo y que en las mismas nanas expresará poéticamente cuando escriba: "Al octavo mes ríes/ con cinco azahares/ con cinco diminutas/ ferocidades./ Con cinco dientes/ como cinco jazmines/adolescentes".

Un muy interesante y debatido aspecto de la vida de Miguel Hernández es el de su firmeza ante las reiteradas invitaciones del régimen franquista para que mostrase, al menos, su resignada aceptación del orden político impuesto tras la guerra, a este respecto en las cartas a Josefina Manresa se encuentran referencias a Don Luis Almarcha, sacerdote que, como es sabido, llegó a ser obispo de León y fue uno de los primeros en considerarlo como poeta y jugó un decisivo papel en la última etapa de su vida, que son, sin duda, clarificadoras de la firme actitud del poeta ante tan tentadoras invitaciones a su retracción. Así se constata en su carta del 26 de abril de 1941, cuando dice a su esposa: "Almarcha y todas las personas de su especie que se guarden muy bien de intervenir en mis asuntos", afirmando además: "Ya te contaré y comprenderás que no es posible aceptar nada que venga de la mano de tantos Almarchas como hay en el mundo. Sería una verdadera vergüenza".

Sus palabras adquieren un inequívoco sentido si las ponemos en relación con lo manifestado por su hermano Vicente el cual afirmó que, cuando seis meses después de finalizada la guerra, ante su solicitud de ayuda para Miguel el prelado respondió que Miguel no le hizo caso cuando le propuso rectificar sus ideas y sus escritos, y en esa situación le resultaba imposible hacer nada por él.

Estas reiteradas tentativas para conseguir de Miguel Hernández una conveniente adaptación al nuevo régimen no cesaron hasta la finalización de su vida, y las tensiones que, en ocasiones, aparecen en sus cartas y en sus últimas notas, y es a las presiones de "Almarcha u otras personas de su especie", a las que debemos atribuir los enfados de Miguel con Josefina, que motivan su carta de 31 de octubre de 1941, en la que, justificando su negativa a recibir la visita de su esposa, afirma sentir haber dado su negativa a la visita que tuve por ti, afirmando, además, que siempre había sabido lo que habría de ocurrirle.

Tampoco parece arriesgado suponer que las exigencias del prelado están presentes en la voluntad del poeta de contraer matrimonio religioso en los últimos momentos de su vida, y en otra de sus notas, afirma textual y sinceramente: "De lo que me dices sí es por voluntad mía o no te digo que no".

Finalmente señalar que las últimas palabras de su última nota son "Da besos a Manolillo", constatando así que fue su hijo el que ocupó sus postreros pensamientos, del mismo modo que había puesto de manifiesto en sus versos el deseo de depositar en su hijo sus amorosos ósculos, aunque prisiones y calabozos lo impedían tal como reflejó al decir: "No puedo olvidar/que no tengo alas,/ que no tengo mar,/vereda ni nada/ con que irte a buscar". No obstante, en tan adversas circunstancias, es también su hijo el que le permite superarlas y escapar en sus versos de tan aciaga situación, cuando le dice: "Con dos años dos flores/ cumples ahora, niño radiante:/ va tu sangre contigo/ siempre adelante" y aún más es el niño, su entrañable Manolillo, el que permitirá y posibilitará su poética victoria que le lleva a exclamar:

"Herramienta es tu risa,/luz que proclama/ la victoria del trigo/ sobre la grama/. Ríe. Contigo/ venceré siempre al tiempo/ que es mi enemigo".

Y ciertamente, Miguel Hernández, sus poemas, sus cartas, sus huellas, han vencido a los setenta años que hace que nos dejó, y nunca el tiempo podrá borrarlas.