Esta semana hemos visto cómo un alto responsable para Europa del banco de inversión americano Goldman Sachs ha declarado, en medios públicos, la escala de valores que prima en la entidad para la que trabajaba, que no es otra que "el engaño sistemático y a gran escala" a sus clientes para conseguir los mayores beneficios. Parece ser que es la línea que aplica la entidad en sus negocios. Por nuestra parte, nos rasgamos las vestiduras cuando vemos en letra impresa las declaraciones de este exdirectivo, pero esta situación con más o menos significación es una realidad en gran parte de las entidades financieras de todo el mundo y por supuesto en nuestro país, y ello no es más que la punta del iceberg que un directivo se atreve a declarar en público.

Entramos en una época en la cual debería de primar la trasparencia en los mercados y en los negocios, y esto debe de ser aceptado de forma generalizada en todos los países, porque no puede ser de otra manera: el sistema está debilitado y la confianza es más importante que nunca.

En un informe realizado en EE UU a raíz del fracaso de Leman Brothers en septiembre del 2008, ya se arrojó una imagen condenatoria de las prácticas realizadas por sus altos directivos y de la propia organización, del mismo modo que en la quiebra de Enron supuso un desastre empresarial y demostró el asombroso nivel de malas prácticas realizadas, convirtiéndose en un mal endémico en los mercados financieros hasta nuestros días. La magnitud del subterfugio financiero parece ser es mucho más importante de lo que se cree, la confianza por ello está seriamente debilitada.

En España proliferan en la actualidad las demandas admitidas en los tribunales contra los directivos de entidades financieras por engaño en la información trasmitida a sus accionistas en los estados de cuentas. Casos tan clamorosos como la CAM o Banco de Valencia, son la punta del iceberg del engaño masivo, también productos tóxicos como las participaciones preferentes son el pan nuestro de cada día en la prensa, permitidas y toleradas por el responsable de la supervisión financiera BdE, la CNMV y el resto de organismos regulatorios, y vendidas además a los clientes como depósitos a plazo, esto es un ejemplo más de la impunidad con que se mueven estas entidades y sus directivos en la actualidad, con el apoyo del gobierno de turno, indultando siempre "in extremis" personajes como el consejero delegado del Bankinter o del Santander, condenados por las más altas instancias judiciales por casos de engaño y falsedad en documento público. No puede ser que se dé este mal ejemplo y después a renglón seguido se pida responsabilidad a la ciudadanía.

Aspectos como la reputación corporativa, la confianza y la trasparencia deben de revestir a las entidades financieras en todas sus actuaciones, al igual que la calidad de sus productos o servicios, ello debe de pasar a ser un aspecto fundamental de cara al futuro a pesar de que en ocasiones la trasparencia o visibilidad al principio puede resultar molesta o contradictoria, es un activo de futuro irrefutable.

Muchas veces todo ello está reflejado en el código de buenas prácticas que debe regir en las entidades financieras y debe de ser la columna vertebral de sus actuaciones para con sus clientes, porque este negocio se basa en la confianza, confianza en las personas, en la entidad, en sus productos, pero nos encontramos con la dura realidad que es lo contrario, las demandas de quejas por actuaciones irregulares son cada vez mayores en número, la situación alcanza límites que no se pueden tolerar, la ley de los grandes números que se aplica en las entidades de manera masiva no debe de tener futuro, el cliente se debe apartar de esas entidades que engañan de manera sistemática y como principio no actúan adecuadamente defraudando la confianza con sus clientes.