Hace cuarenta años que Narciso Ibáñez Serrador rodó una fábula maravillosa titulada El televisor, en la que su padre, Narciso Ibáñez Menta, interpretaba a un señor al que cambiaba la vida, hasta volverle completamente loco, la llegada de la pequeña pantalla a su hogar. Para qué vamos a ir al teatro, explicaba a su mujer, si tenemos el mejor en casa. Y para qué salir a misa, si nos la traen hasta aquí. Para qué buscar fuera lo que proporciona, gratis, este milagroso invento. Y la verdad es que así parezco sentirme, con miedo a parecerme a este entrañable personaje, en el presente arranque de temporada de La 2. Sucedió el sábado, tras haber abandonado el Festival de San Sebastián a un día de la clausura, con idéntico planteamiento al que defendía en la ficción Ibáñez Menta. Para qué me voy a quedar en el Kursaal, si por televisión se ve mejor. A fin de cuentas, no deja de ser una gala estrictamente televisiva, y el palmarés de este año ni siquiera se desveló en una rueda de prensa previa. Hablando en serio, deseaba salir de la burbuja del festival y zambullirme en el universo de La 2, tras ocho días de mono, y hacerlo en una jornada como la del sábado. Gozando del Imprescindibles dedicado a Terenci (ay, Ángel Villoria produciendo programas diez); de la primera entrega de Saca la lengua presentado por Inés Ballester (qué bueno Jorge Edwards); del estreno de la nueva temporada de La mitad invisible (prodigiosa la entrega dedicada a la Sagrada Familia); del estreno de nuevas noches temáticas tras cuatro meses de repeticiones. Cuánta televisión de excelencia en un solo día. Felicidades a Manel Arranz, en nombre de todos los compañeros, por hacerlo posible.