No se esperaba que el presidente norteamericano tomara partido, de manera tan clara, respecto al problema que afecta al pueblo palestino. Algo se intuía, pero ahora ya se tiene la certeza de su postura en torno a la cuestión mas enquistada de Oriente Medio. Se ha redefinido el mandatario. "Yo creía que el pueblo palestino merecía un Estado propio, pero también creo que la única paz auténtica solo la pueden conseguir los palestinos y los israelíes entre ellos. No hay atajos para terminar un conflicto que dura décadas". Su discurso coincide, en la mayor parte de su contenido, con el pronunciado por el primer ministro israelí. Desde la orilla atlántica se confirman los deseos de que Palestina sea un Estado, pero se afirma que "la paz no llegará por medio de declaraciones y resoluciones de Naciones Unidas, sino a través del diálogo entre las partes". Al respecto el señor primer ministro israelí no se esconde cuando, con absoluta desfachatez, manifiesta que de las 21 resoluciones de la ONU en contra del Gobierno de Israel, 21 han sido desatendidas o ignoradas, que viene a ser lo mismo, papel mojado. ¿Tendrá noticia de este "pequeño" detalle el señor presidente de los EE.UU. de América? Sin duda ninguna, como no ignora tampoco que sus palabras avalan este tipo de actuaciones, dan alas al colega hebreo, de quien el expresidente Bill Clinton -tinta fresca en la prensa global- afirma que es el único responsable de los fracasos en las negociaciones. Una voz autorizada, pienso.

Desde la ribera mediterránea, enrocado tras el agravio de su muro, nos habla de los justos deseos palestinos y, con el cinismo que le caracteriza, el gobernante hebreo tiende la mano de manera incondicional- eso dijo-, pero lo de volver a las antiguas fronteras es harina de otro costal y en lo tocante a los asentamientos, pues ya se está viendo, mientras él hablaba en el Foro de las Naciones, cuyas resoluciones no hacen mella en su ánimo, -se siente respaldado- el gobierno que dirige autorizaba otros mil quinientos en tierras palestinas. Aboga, cómo no, por nuevos encuentros -dialogar como pide el presidente yanqui- y todo aquello que vaya en la dirección del retraso, ganar tiempo para poblar toda Cisjordania y arrinconar Gaza, incluso privándola de su salida al mar. El premier israelí recurre a las páginas del libro de los libros, citando al patriarca Abraham, para justificar aquello que es injustificable. No se comprende esa cita, llamémosle histórica, que echa tierra sobre su propio pueblo y pone de relieve el sufrimiento palestino que comenzó aquel lejano y legendario día. El patriarca aludido, que llegaba del solar babilónico, es el responsable de que haya dos pueblos siempre enfrentados. Cierto que ambos son hijos del personaje, pero el primogénito nace de una esclava y el segundón es fruto de la esposa legal, estéril hasta que se produce el milagro de un parto, rebasados los ochenta años de edad. ¿Qué querría transmitir el gobernante con esa rereferncia? Según él, que brille la luz de la paz. Sea, hágase, usted tiene la linterna en su mano, puede y debe alumbrar la primavera palestina y evitar que se convierta en ese "invierno iraní", que profetiza con encalabrinamiento.

Por su parte el presidente palestino en tres palabras, basta, basta, basta, ha resumido toda su justa ambición, la paz. Habla de sesenta y tres años de sacrificio sin contar, claro está, el tiempo transcurrido desde la legendaria infamia de la expulsión del hogar tribal del inocente epónimo del pueblo árabe. "Es hora de que el pueblo palestino consiga su libertad y se reconozcan sus derechos. Ha llegado la hora de la primavera palestina, de la independencia. Construyamos los puentes del diálogo en lugar de controles y muros de separación. Solo tenemos un objetivo, poder ser y en paz". Sin duda el presidente palestino hablaría bajo la sombra de la decepción tras la conversación el primer mandatario estadounidense y con el recuerdo presente de tantos años de resignación, de esperanzas fallidas, de contemplar un horizonte que alumbre el sol de la solidaridad humana, pero, con todo y con ello, estuvo firme en su demanda, los palestinos quieren su Estado y lo quieren ya. Basta de resignación, basta de engaños, basta de decepciones. El palestino es un pueblo que nunca, ha tenido primavera, hora es de que la conozca y la disfrute en paz y libertad.