Aseguran quienes de eso saben -a toro pasado, que nadie entiende de economía lo bastante como para prever lo que sucederá en adelante- que los mayores problemas por los que pasa el reino de España no se deben a la deuda pública, mucho más modesta que las de Alemania, Italia y Francia, por poner ejemplos europeos, y no digamos nada ya de la de los Estados Unidos. La deuda que alcanza cotas dramáticas es la privada. Si las comunidades autónomas están de los nervios buscando reducir su déficit, si hasta nos hemos metido a cambiar la Constitución para que eso se convierta de imprescindible en obligatorio, como si hubiese alguna diferencia, los ciudadanos nos enfrentamos con una tragedia que no van a resolvernos así cambien los diez mandamientos. Dicho de otra forma, estamos empeñados en resolver un problema de menor cuantía y nos olvidamos del que va a llevarnos a la tumba.

Aún peor: la fórmula con la que han dado las mentes preclaras que nos gobiernan, o que aspiran a gobernarnos, para terminar con la deuda pública es convertir en aún más giganteso el agujero de los bolsillos de los ciudadanos. El último episodio en ese empeño es el de terminar con los interinos, bálsamo de fierabrás que la señora presidenta de Castilla-La Mancha está probando en cabeza ajena. Cerca de mil maestros se van a ir a la calle y el inquilino adelantado de la Moncloa, el señor Rajoy, dice que no le parece mal.

Los interinos son el remedio que la Administración ha utilizado para poder mantener abiertos institutos y hospitales, reduciendo la lista a lo que aún se consideran -¿por cuánto tiempo más?- servicios básicos. Sin ellos, la situación de cierre que, más que una amenaza, es una realidad ya -y si hace falta un ejemplo, ahí está el de Cataluña-, habría precipitado al país entero y a cada uno de sus reinos de taifas en el desgobierno. Pues en esas estamos.

¿A cambio de qué? Si la clave de la situación crítica por la que pasamos reside en que el consumo se ha retraído a causa de que el endeudamiento de los ciudadanos, hipnotizados años atrás por la flauta aquella de las hipotecas baratísimas, es inasumible, despedir a los internos no puede decirse que contribuya a arreglar nada. Más bien sucede lo contrario: que el nivel brutal de paro va a incrementar su cifra vergonzante. Dice el todavía presidente Zapatero -le queda medio telediario, y ya no va a salir siquiera en pantalla- que la mayor preocupación con la que se va a su casa es eso, el número de los parados. A buenas horas, mangas verdes. Desde luego él no perderá el sueldo porque se quede sin trabajo. Pero el resto de nosotros, con los interinos por delante... Decía arriba que clínicas y escuelas se han mantenido abiertas gracias a que contaron con esos empleados medio clandestinos. Y ahora los echan a la calle. Con los escolares y los enfermos detrás de ellos, imagino, salvo que la señora Cospedal y a sus seguidores tengan una fórmula mágica capaz de terminar, no ya con las ecuaciones de Einstein, sino incluso con las cuatro tablas.