El sábado pasado, en la verdulería, una señora pedía tomates que fueran pequeños, porque eran para ella sola, ya que sus hijos no tomaban verdura.

-No quieren ni verdura, ni pescado. Sólo pasta, arroz y carne. De ahí no salimos.

-Los míos igual, decían otras señoras.

-Mi hijo no consiente ni probar la verdura, y eso que en mi casa es lo que abunda, comentaba la verdulera.

-Es que hoy en día hacemos cualquier cosa por contentar a los hijos, concluía otra clienta con el asentimiento general.

¿Qué significará este "hacer cualquier cosa" por contentar a los niños? ¿Será algo nuevo? ¿Acaso los padres de antes no querían tener contentos a sus hijos? ¿Habrá que contentar a los niños a costa de todo? ¿Qué pasaría si estuvieran descontentos en algunas ocasiones?

A finales de curso mantuve una entrevista con los padres de un alumno en la que salió a colación "el contento" del que se hablaba en el mercado. El niño tiene cinco años, es vivaracho, fuerte, alegre y está interesado en jugar, aprender y relacionarse. Lo que le ocurre es que no tolera seguir las indicaciones que se le hacen, mostrándose indignado si algún adulto le pide que acate una orden. Según decía la madre, siempre habían querido tenerlo contento, por eso le dejaban hacer todo lo que quería, no concebían que el niño sufriera una crianza rígida. Ahora estaban llenos de dudas, y se planteaban si se habían excedido o no en su permisividad al ver que su hijo no sólo se enfadaba cuando se le indicaba algo, sino que parecía tener la necesidad de saltarse cada norma que se le sugería, poniéndose en peligro en algunos de sus comportamientos: había cruzado una calle solo, se salió de la urbanización en la que viven, se perdió, se cayó de un árbol...

En la escuela su actitud es parecida. Hay que repetirle las cosas, no incorpora las normas, pide realizar actividades que no están previstas, utilizar materiales diferentes, y lo discute todo, argumentando y criticando. Eso sí, lleno de razones, ideas y creatividad. Con los compañeros tiene roces, porque pretende organizar siempre el juego, y no soporta que no le sigan. Así que el pretendido contento se le está volviendo descontento, genio y malestar.

Contentar es complacer a alguien. Tener con otro un pulso de satisfacción. Es alcanzar acuerdos, armonía, ir a la par... y sentirse bien por ello. Por eso contento es sinónimo de alegría. Etimológicamente estar contento significa estar contenido, alborozado, conforme. O sea, que en el estar contento está incluido que uno se sienta lleno, satisfecho y alegre, pero a la vez, que se note sujeto, que tenga unos límites reconocidos y aceptados. Porque sentirse contenido proporciona seguridad y calma. Alguien señala los límites, de modo que no hay posibilidades de desbordamiento, confusión o desvarío, así es más sencillo mantenerse en el lugar conveniente y dedicarse a lo que toca hacer en cada momento evolutivo y en cada circunstancia.

Además, contentar, como sabemos, es un verbo transitivo. Siempre se contenta a otro, contentar siempre supone que una persona ofrezca una alegría a otra. Lo que pasa es que se puede hablar de contentar a un amigo, y éste es un trato entre iguales, y se puede hablar de contentar a un hijo, o a un alumno, y esto ya no es lo mismo. Aquí hay una asimetría, una disparidad, un "escalón" que conlleva el hecho de que una de las dos partes contenta a la otra, a base de ceder o regalar algo. Si es el "lado débil" el que pretende contentar al "fuerte", aún estaríamos en una situación algo lógica. (Es normal que el hijo o el alumno, quieran "tener contentos" al padre o al maestro). Pero en el caso que nos ocupa, curiosamente, es el lado "fuerte" el que quiere contentar al "débil". Con tenacidad, pero con motivos dudosos, porque en este tiento entre adultos y niños, lo que aparece es un deseo desmedido de tener al niño contento y satisfecho, para lo cual se le permite realizar cosas que no le corresponden, o no le convienen.

¿Y esto por qué ocurre? ¿Será que les debemos algo a estos niños, sean hijos o alumnos? ¿Será que nos sentimos "en falta" con ellos por alguna razón? ¿Será que si ellos están contentos no reclaman tanto nuestra atención y nos es más fácil el manejo de una cotidianidad llena de trabajo y de prisas? ¿O quizás sea que nos cuesta asumir uno de los aspectos de nuestro lugar de padres, maestros, adultos, que es el de educar, limitar y contener a los niños? Pensemos.