Los cargos, dicen, son cargas. Unas vienen impuestas a los políticos por mor del puesto y otras, en cambio, se las colocan ellos mismos. Son unas etiquetas invisibles que les acompañarán durante su vida pública y, por qué no decirlo, serán señales de sus debilidades. Muchos de ellos parecen hechos de acero inoxidable y nos pensamos que nunca nos van a fallar, que van a ser fieles a sus creencias. Estén donde estén. Pero no es así y eso comienza a pasar cuando tienen poder. Cuando tocan pelo, que se dice.

Ayer el alcalde de Orihuela, Monserrate Guillén (Los Verdes) se marchó de un acto en la Lonja no sé con cuántas cargas. Eso algún día igual nos lo cuenta. La primera se la debe al puesto que ocupa como alcalde, algo que le obligaba, probablemente, a dar a la bienvenida a las misses que acuden al Certamen de Intercontinental y que acogerá esta ciudad hasta el 7 de octubre (¡que largo se le va a hacer!).

La segunda es más pesada y tiene que ver con sus principios. Esos que repetía hasta la saciedad cuando estaba en las filas de la oposición. Esos que le habrían hecho salir a criticar al PP de haber organizado ellos el acto.

Pero no sé si Guillén se dio cuenta ayer que le ha caído una tercera carga que no tiene que ver ni con el hecho de ser alcalde ni con el de ser fiel a sus principios y se llama tripartito. Ese que sólo siendo él un muelle pegajoso podrá mantener a todos unidos durante lo que resta de legislatura... si el PP le deja.