De camino al aeropuerto de Dalian, tras una intensa semana en la reunión anual del Foro Económico Mundial en China, veo pasar los rascacielos e infraestructuras que reflejan el enorme crecimiento que este país ha experimentado en los últimos años. La reunión trató precisamente sobre cómo manejar la calidad del crecimiento económico, asunto que, con la que está cayendo, parece un lujo oriental que muy pocos países pueden permitirse. A pesar de la crisis económica en occidente, China crece más rápido de lo que le gustaría a sus autoridades, que apenas pueden controlar la economía desbocada de su país. Prueba de ello es el entusiasmo de sus dirigentes locales, siempre ansiosos por mostrar a los habitantes de su región la rapidez con la que evolucionan sus ciudades.

Sus famosos planes quinquenales, que tan buenos resultados les han dado en las últimas décadas, incluyen ahora objetivos muy ambiciosos en educación e innovación. China se ha dado cuenta de que el modelo de crecimiento actual, basado en mano de obra barata y abundante, no es sostenible. En los últimos años el gigante asiático ha construido decenas de universidades y ha colocado algunas de ellas entre las 200 mejores del mundo. Su inversión en I+D representa casi el 13% del total mundial, con lo que se coloca en segunda posición, sólo por detrás de EE UU. Estos números demuestran que China está tomando medidas concretas y ambiciosas para asegurar un crecimiento sostenido y una economía diversificada basada en productos y servicios de mayor valor añadido.

Una vez ya en el avión, leo en el periódico que en España los profesores han salido a la calle para manifestarse por los recortes en educación y observo con preocupación la nota que un grupo de científicos españoles han escrito sobre la reducción en I+D en nuestro país. Me inquieta la posibilidad de que el esfuerzo por resolver lo urgente nos haga olvidarnos de lo importante. En Europa contamos con un capital humano extraordinario, nuestra sociedad es multicultural, tolerante y respetuosa con el medioambiente. La educación es accesible a todos, contamos con sistemas políticos estables y con numerosas empresas innovadoras que son líderes en su sector a nivel mundial. Esta es nuestra verdadera riqueza y el mejor aval para nuestra deuda. La gravedad del momento no puede hacernos olvidar las fortalezas del sistema que hemos construido en los últimos años.

En un desesperado intento por conseguir financiar nuestra deuda, estamos destruyendo las bases de nuestro modelo de crecimiento que es la mejor garantía que podemos ofrecer a nuestros acreedores. Los recortes en educación e innovación apenas ayudan a reducir el déficit y a calmar a los mercados. La pérdida de competitividad asociada a los recortes en estas partidas estratégicas representa un lastre para el futuro mucho mayor que el interés de la deuda que generan. Me acaban de pedir que apague el ordenador. Me queda un largo viaje por delante. Justo ahora, a punto ya de abandonar esta tierra rica en proverbios, me viene a la cabeza una frase que bien podría convertirse en uno de ellos: "no vendas los cimientos para pagar la hipoteca".