En el debate sobre la crisis, el temido recorte económico a la educación nos lleva a defender la columna del Estado del bienestar, crucial para una sociedad como la nuestra que aspira a liderar la innovación manteniendo los estándares de competitividad acorde con los nuevos retos y los nuevos tiempos. Pero pocos se refieren a la faceta de la educación como reflexión crítica y ética, de valores humanos, capaz de convertir las herramientas educativas que manejamos en un futuro mejor para la humanidad. No nos olvidemos que gentes muy capacitadas han sido las que nos han llevado al desastre financiero y económico.

El mundo no solo necesita gobernantes serios y democráticos, ya que sin valores humanos no puede existir verdadero desarrollo; así, solo continuaremos enfrascados en la competencia del crecimiento más o menos disparatado, ajenos a todas las leyes de la solidaridad y de la economía sostenible. Viene esto a cuento cuando deslumbra la peligrosa deriva que van tomando países como China, con unos dirigentes empeñados en imprimir una velocidad brutal al cambio de modelo materialista y deshumanizador de Mao, hacia un capitalismo salvaje que está desplazando y dejando perplejos incluso a los fundadores de este invento económico.

China se ha despojado de su cultura milenaria, como en su día lo hiciese Japón, para abrazar un sistema depredador y consumista que ofusca cualquier otro estímulo humano que pretenda abrirse camino en la dirección contraria. Me refiero a los valores, a la espiritualidad e incluso a la religión, milenaria entre los chinos. Valores que no encuentran espacio en el sistema neocapitalista en el que se han embarcado los chinos, pero cuyo vacío empieza a hacer mella en una población que no está tan deshumanizada como sus dirigentes quisieran. Existe un enorme vacío personal que no puede llenar la tecnología, el dominio de las materias primas, la pujanza financiera ni la posibilidad de un crecimiento vertiginoso hacia ninguna parte. Leo que el Partido Comunista chino también está preocupado por el vacío moral y sus consecuencias, ahora que han sustituido la religión que Mao arrasó, por el culto al dinero. Pero a la vez, se asusta con el auge del islam y del cristianismo, por un lado, y del budismo y el confucionismo, por otro. Después del derrumbe de las ideologías, los chinos muestran también cierta sed de espiritualidad, imposible de eliminar del ser humano.

Se trata del mismo vacío que se ha instalado en la sociedad europea, desde que sus dirigentes lo han fiado todo a jugar al billonaire o al monopoly, pero con las economías de verdad y los Estados como casillas a codiciar, con los dados marcados y en manos de los mercados financieros. Pero mientras que en la vieja Europa la espiritualidad languidece en forma de indiferencia, en la China de las libertades vigiladas, superan ya los cien millones las personas que tratan de vivir novedosamente en la religiosidad de Mahoma o de Cristo. A pesar de todo, los valores humanos más genuinos siguen ahí, dentro de cada persona mientras exista vida humana; solo esperan a que los desarrollemos y ejercitemos incardinados en los modelos culturales de cada tiempo y nación, por encima de intereses exclusivamente materiales. La ausencia misma de valores recuerda, en su clamoroso vacío, su plena necesidad y validez.

No existe justificación para la economía del desarrollismo como fin en sí misma. Es un grave impedimento para la solución de los graves problemas sociales, culturales, económicos y políticos del mundo. Por eso es tan oportuna esta reflexión de Hugh Downs: "Afirmar que mi destino no está ligado al tuyo es como decir: tu lado del bote se está hundiendo". Oportuna tanto para la Unión Europea como para las diferencias abismales que existen en China.