Mi madre, por sus frecuentes achaques, siempre se ha lamentado por no contar con algún médico en la familia. La de horas en las consultas que nos habríamos ahorrado... También me ha parecido siempre de lo más útil tener un primo fontanero o una hermana electricista, pero ninguno de los míos ha ido por esos derroteros y aún tiemblo por lo que tuve que pasar para que viniera a casa un albañil a reponer un par de azulejos de la cocina. También le veo el punto a tener un sobrino cocinero o a que alguna de mis tías tuviera una tienda de ropa. Pero, si hay ventajas en tener a un pediatra, a un pintor o a un funcionario de Hacienda en la familia, últimamente lo que de verdad echo de menos es a un abogado de cabecera para unos cuantos asuntillos que me tienen en un estado de indignación permanente. Vamos a ver. Planeas un viaje y lo contratas con meses de antelación para aprovechar los descuentos. Consciente de que en el tiempo que falta puede pasar de todo, pagas un seguro, no sea que tú o uno de los tuyos caigáis enfermos. Sí, sí... Tres meses, cuatro cartas, tres conversaciones telefónicas y un par de peleas después, sigo sin conseguir que me devuelvan el dinero porque, por lo visto, una operación de urgencia no es una enfermedad. ¿...?

A la espera de la enésima bronca con los del seguro, se me rompe la lavadora. Una lavadora preciosa, de marca, de lo mejor del mercado según los de la tienda donde la compré hace dos años y veinte días. Bien, pues ¿no va el técnico y me dice que la reparación me va a costar casi lo mismo que una nueva? Como tenía dos años de garantía, ya no me cubre, con lo que me veo sin lavadora, pagando el traslado del trasto y la mano de obra por nada, y encima, como la financié, aún debo parte de lo que me costó. ¿Qué pasa, que las fabrican para que se rompan en cuanto vence la garantía?

En medio del mal rollo porque además llevo una semana lavando a mano, aparece mi cría llorando porque la Blackberry se le ha caído al agua. No pasa nada, le digo infeliz de mí. Hicimos un seguro por si ocurría un accidente. ¿Qué les voy a contar? Dicen que lo cubre todo pero no el agua. ¿Y eso dónde lo ponía, a ver? Menos mal que aquí no. Con las compañías de telefonía aún se puede. Las palabras mágicas son: "Me doy de baja", y a los dos días tienes un aparatito nuevo y flamante en casa. He probado a hacer lo mismo con la tienda donde compré la lavadora y con la agencia de viajes, pero la primera cerró hace un año y, en la segunda, ni se han inmutado ante la amenaza de no acudir a ellos para el viaje a Cuenca del puente de la Constitución. Pero ya me vengaré. La niña ya está en primero de Derecho...