Lo habrán leído en algún titular. El árbol de la vida, de Terrence Malick, encabezó la tabla de recaudación en las taquillas del pasado fin de semana. Recaudó casi un millón de euros, y más de cinco mil euros de promedio por copia. Lo que no se ha podido cuantificar es el número de personas que abandonaron las salas mediada la proyección. Porque no entendían nada. Porque no sabían lo que les esperaba, atraídos por el efecto llamada, por el nombre de un actor. Qué grande el poder de convocatoria de Brad Pitt. Cuánta la responsabilidad social de estos personajes, que del mismo modo que son capaces de atraer a la gente a las salas para dedicarles un par de horas en su jornada de ocio dominical, lo son también para todo lo demás. Para lo que quieran vender. Para las causas que deseen apoyar. Para que la gente lea los titulares que les de la gana verter en las entrevistas de portada de los dominicales. Su capacidad de influencia en un mundo global es inmensa.

El universo de Terrence Malick, en televisión, se movería en los territorios de La 2. El acto cotidiano de hacer zapping, de huir de la cadena, sería el equivalente a salirse de la sala. No parece que los programas de La 2 generen éxodos masivos de gente. Sencillamente, porque sus espectadores son tan escasos como fieles.

Para hablar de huidas masivas nos tenemos que remontar a los tiempos de Negro sobre blanco (domingos, 0.30 horas), en cuyo primer minuto de emisión se caía entre un millón y un millón y medio de los espectadores heredados de Estudio estadio. El fenómeno Pitt (que no Malick) nos vuelve a rendir a la evidencia. Siguen corriendo malos tiempos para la lírica.