La Plaza Nueva, tal y como la vemos ahora (estructuralmente se entiende) se construyó en la década de 1920, diseñada por el arquitecto Severino Ballesta, siendo a la sazón alcalde de Orihuela Francisco Die. Anteriormente a estas fechas no era más que un solar grande donde se celebraban las Ferias y los Mercados. Posteriormente, los alumnos de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Orihuela, concretamente en 1985, la restauraron dejándola en magníficas condiciones de uso y disfrute.

Tres son los elementos que la distinguen y caracterizan: la gran farola central (semejante a la que hay en Barcelona en el Paseo de Gracia), el termómetro chapado de azulejería sevillana y la fuente de las ranas que forma un conjunto armónico con los bancos y con la pérgola de madera.

¿Qué nos queda de todo esto?

La farola central, no es más que un depósito de mierdas de palomo (con perdón) que se amontonan un día tras otro, hasta que algún alma caritativa se decide a limpiar, con el consiguiente deterioro del mármol que la compone. Sus farolas, son un conjunto de cristales rotos y de hierros oxidados que, algún día, caerán por su propio desgaste sobre la cabeza de algún atrevido usuario. Y el bonito y original termómetro es un trozo de algo que fue y que ahora ya no es (algo parecido al reloj que no marca las horas del antiguo Ayuntamiento) y que, aún teniendo una solución fácil y económica, se deja morirÉsimplemente porque sí.

La fuente de las ranas, o más bien monstruos sin cabeza y azulejos levantados, como los bancos... en resumidas cuentas, qué les voy a contar que ustedes no vean a diario al pasar por nuestra querida, antigua y abandonada Plaza Nueva. Allí estuvo el Ayuntamiento mirándola de frente, hoy ya no la mira ni con el rabillo del ojo.

El daño ya está hecho. Los vándalos urbanos, hijos cariñosos de mamá (en el sentido más caritativo de la acepción) estarán satisfechos de su obra y hasta alguno, lucirá en algún recóndito lugar de su casa, la cabeza de alguna rana, como trofeo de guerra, ganado a pulso y mala leche. Estos niñitos de la trituradora urbana, junto a los del rotulador de firmas en fachadas, cristales, puertas y demás superficies de la ciudad, dejan su impronta artística con la más pura de las desvergüenzas y con la más tranquila de las responsabilidades, sabiendo que apenas si se revuelve contra ellos.

Veamos: si la ley sorprende a alguno de estos pintamonas o rompe ranas con las manos en la masa, al ser menor de edad o insolvente, el sufrido papá ha de pagar una módica sanción y asunto concluido. El niño por lo tanto, se fuma luego dos porros y sale a la calle con el nuevo rotulador y el martillo y, lo que es peor, con la expresión de triunfo en los morros: ¡Esta gente son gilipollas!... Puede que tengan razón.

Pero bueno, una vez que se ha realizado la destrucción, lo que no podemos hacer es caer en la desidia y dejar que se acumule mierda sobre mierda formando un gran estercolero. Eso ya es abandono y no corresponde a los niños, hijos de mamá, pintamonas y rompe ranas, eso pertenece... ya saben, al mismo del reloj que no marca las horas. Y que nadie me diga aquello de: "¿Para qué vamos a restaurar la Plaza Nueva otra vez, sin dentro de cuatro días la van a destrozar los vándalos?". Que no lo diga nadie, porque entonces me demostrarán, pondrán de manifiesto ante todo un pueblo, su incompetencia, su falta de energía, porque yo personalmente, he escuchado a más de uno de los que sientan en las poltronas, decir en público aquello de: "¡Con dos cojones!... ¿donde están?".

Orihuela tiene otras muchas "plazas nuevas" bonitos rincones que siempre fueron el asueto de los ciudadanos y que hoy no lo son por su descuido, por su nula vigilancia, porque nadie le pone coto a estos gilipuertas, por miedo, a veces de que te digan: abusón, racista o xenófobo, sin darse cuenta de que no se trata de confirmar a nadie ni excluir a nadie, sino de castigar dura y severamente a quienes destrozan lo que no es suyo, sino de todos los ciudadanos, sean del credo, país o religión que sean.

Si queremos tener una ciudad próspera, admirada y digna, debemos acabar con esa facilidad de destrucción y por supuesto, reconstruir lo destrozado, mantenerlo y sobre todo: vigilarlo. Cuesta poco... son pequeñas cosas que nos engrandecen.