Lo que deja claro la nueva entrega policial en torno al pegeú de Alicante no es más que la constatación de lo que a simple vista se aprecia: que el planeamiento va de aquí para allá. Y es la respuesta sangrante al por qué resulta imposible contar con una urbe requetepensada y bien diseñada a través de los diferentes gestores, gobierne el color que gobierne. Parece obvio que los últimos ocupantes del sillón municipal lo han apostado todo al corto plazo. Al de ellos, claro. Y que el hábitat correspondiente a más de 400.000 vecinos ha sido transformado por la cara en un laboratorio de intereses creados de unos cuantos que no son cualquiera y en el que los administrados no pintan un pimiento ni antes ni durante ni cuando se ha destapado. Y repito que tampoco se les tiene en cuenta una vez descubierto el pastel porque esta es la hora en la que ninguno de los encartados ha dado la menor explicación. Que no la ofrezca Alperi, bajo cuyo mandato se orquestó el fantástico juego, era de esperar. A uno de los alcaldes más populares de la historia hace tiempo ya -gobernando incluso- que le da igual ocho que ochenta. Pisa Les Corts, se halla aforado y está orgulloso de su eslora. Desde el despacho de influencias, tampoco va a decir ni mu el ex concejal socialista Javier Gutiérrez. Su inclusión en las listas en la década de los noventa, junto a la de otros tantos elementos por ahí desparramados, explican en parte el por qué del entusiasmo que el pesepevé viene generando en su clientela desde tiempo inmemorial. Y, en medio actores tan curtidos, no es cuestión de pedir que tome la palabra el hermanísimo. ¿Pero y la alcaldesa? ¿No piensa decir nada a los ciudadanos acerca de las sombras que cubren su ascenso, el negosi y su actuación dentro del entramado urbano/marinero que traza la investigación? ¿No es muy joven para apuntarse a la firma que representa su padrino? ¿O es que no le queda otra?