Bastaría con enumerar las nueve películas que pudo ver en la jornada de ayer mi amigo Juan Miguel Perea Gassis en el Festival de San Sebastián para completar el espacio de esta columna. Quisiera que lo viesen gozando en las vísperas mientras cuadraba su hoja de ruta festivalera. Reconozco que le acompañé a cuatro de esas nueve. Había que ver lo nuevo de Lacuesta, Vigalondo y Zambrano, había que ver a Monserrat Carulla haciendo de abuela cabrona en lo nuevo de Telmo Esnal. Pero conste que lo hice como si desperdiciase manjares. Porque mi goce, siempre, está en la dosificación, en la planificación a medio plazo. Disfruto mucho más de todo lo que ha de venir, de ese calendario que se vislumbra en el horizonte, pleno de citas agradables. Pocos como yo habremos conjugado el verbo programar con tanta alegría.

Hace quince otoños intervine en Hablar por hablar. Corrían tiempos de huelga general y, humildemente, quería defender la posibilidad de las plazas de trabajo compartidas. Para quienes, como yo, libres, sin cargas, y con ganas de programar a la carta, no nos era necesario el horario completo ni mucho menos el sueldo completo al que nos sometía el sistema. Recuerdo que Gemma Nierga me contestó con un radiante "di que sí, Antonio", que sirvió de bien poco ante las llamadas posteriores de oyentes indignados, que me habían entendido muy poco, y que me pedían les transfiriese la mitad de mi sueldo si tanto me sobraba, al tiempo que yo me tapaba la cabeza con las sábanas en señal de tierra trágame. Ni qué decir tiene que ese mismo año abandoné la plaza voluntariamente. Desde entonces sigo programando mi vida a la carta. Dosificando los placeres. Evitando los atracones.

Por cierto, que hoy llega lo nuevo de David Trueba con Pepe Sacristán. Lo tenía programado desde que el actor me lo confirmó a mediados de julio, un mes antes de que se hiciese oficial. Lo disfruto desde entonces.