Las elecciones locales de mayo pasado me irritaron y así dejé constancia aquí. La razón fundamental eran los clamorosos silencios, en las diferentes campañas, sobre los asuntos que iban a ser centrales una vez pasadas y constituidas las correspondientes corporaciones. Me refiero a que, aunque algunos pedían aclaraciones sobre cómo se iban a gestionar las deudas, insolvencias y bancarrotas, los partidos políticos preferían no hablar de tal asunto. Cierto que hubo algún asilvestrado que habló del copago en sanidad, pero fue rápidamente desautorizado por sus superiores jerárquicos: de lo que no se puede hablar, mejor callarse. Porque aquella campaña consistió, básicamente, en no hablar de lo que después vendría, con independencia del cambio constitucional, es decir, más recortes en sanidad, educación, obras e inversión públicas, servicios sociales y servicios públicos en general, contra aquello para lo que se supone que están dichas corporaciones: para gestionar nuestro dinero para nosotros, no para sus cargos.

La actual precampaña, en cambio, no es tan irritante porque algo sí dicen de lo que van a hacer unos y otros: hablan de impuestos y hablan de gastos, aunque en los términos a los que me referí la semana pasada, como si el rigor presupuestario fuese un fin y no un medio para alcanzar un fin innombrable. Pero, de todas maneras, mejor esto que nada.

Hay, de todas maneras, un curioso silencio o, por lo menos, un asunto sobre el que se pasa de puntillas: el título VIII de la Constitución o, si se prefiere que no se miente la bicha, el tema del Estado Autonómico. Voces muy autorizadas y que no están en campaña hablan de la necesidad de que vuelvan a ser centrales los servicios de salud y algunos de protección social como es el caso de la "dependencia". Sin embargo, de eso se habla poco en esta precampaña y no solo por el apoyo que el PP presta al gobierno catalán actual y por el que los "populares" pueden pedir algo a cambio a los nacionalistas, sino sobre todo porque el gato escaldado del agua fría huye.

En las primeras elecciones que dieron el triunfo a José María Aznar que se creía mayoritario, ante la sede central del partido se celebraba la victoria cantando "Pujol, enano, habla castellano". Se reflejaba así el anticatalanismo que recorría al PP en aquel entonces. Todo cambia: a los pocos días, como si se tratase de una humillante Canosa, Aznar tuvo que ir a TV3, proclamar su amor por el catalán, afirmar aquello de que lo hablaba "en la intimidad" y recitar todas las maravillas posibles sobre Cataluña y su gobierno. Algo así como haría con el "Movimiento Vasco de Liberación Nacional". Se llama pragmatismo: en el caso catalán, los votos para la investidura eran necesarios; en el caso vasco, el diálogo (no negociación) con ETA tenía sus exigencias y todos quieren ponerse la medalla de haber certificado el fin de esa violencia.

Como digo, los partidos mayoritarios, es decir, los que tienen probabilidad de formar gobierno, saben que la aritmética electoral podría exigirles pactar nuevamente con CiU y/o PNV. No es impensable, aunque es poco probable, que PSOE, CiU y PNV sumen más escaños que el PP aunque este obtenga la mayoría, pero no absoluta. En la misma línea, el PP podría volver a necesitar los votos nacionalistas como Aznar los necesitó después de las elecciones de 1996 y eso que habían dado por supuesto que iban a gobernar en mayoría, con lo que podían, aquella noche en la calle Génova, despreciar los votos que después pidieron humildemente. Esa fue la historia y esa podría volver a repetirse aunque sea improbable ya que es un tópico decir que eso no va a suceder. Pero, repito, el gato escaldado del agua fría huye.

Sin embargo, el tema de los gastos e ingresos autonómicos es demasiado importante como para no saber qué se va a hacer. No tanto por la cuantía de su deuda (no es la más preocupante) sino por la desproporción entre ingresos, transferencias y gastos y por la generación de desigualdades dentro del territorio español. No es el caso de los silencios en la campaña local: en la anterior era miedo al elector, no fuera que se enterase de la que se le venía encima. Ahora este silencio, aunque, de nuevo, es un engaño al elector (se engaña tanto hablando como callando), es un miedo a los partidos nacionalistas, no vaya a ser que estos se enteren y acaben exigiendo algo más que ir a TV3.