Vivir una vida que no te corresponde es duro. Aunque para vivir la tuya, la que realmente te corresponde, primero haya que tener claro cuál es, cómo es y cómo hay que diseñarla. Algo que tampoco suele ser fácil. Sin conocer la opción adecuada, difícilmente se puede aspirar a ella. Y desde luego que lo idóneo no pasa por retirarse en las Bahamas, e instalarse en una hamaca bajo una sombrilla.

Las vacaciones tienen sentido cuando desconectan de una realidad a la que hay que volver. A una cotidianeidad gratificante. La vida plena no son unas vacaciones permanentes.

Para vivir la vida que nos corresponde, antes de todo, es necesario ansiarla. Identificarla. E ir a por ella. De lo contrario, a la primera de cambio, te ves implicado en algo que ni te va ni te viene. En una oficina que no es la tuya. Con un jefe que sabe menos que tú. Participando de unas fiestas en las que no disfrutas. Si te descuidas, conviviendo con la persona equivocada.

Las relaciones obedecen a mecanismos similares a las oposiciones. Peleamos y damos codazos por conseguir la plaza, pero a partir de que la obtenemos se produce un proceso contrario en el que sólo buscamos el alivio: menos horas, menos compromiso, menos trabajo, más independencia, más vacaciones. Menos ataduras. Sucede cuando buscamos un sueldo, no una ocupación con la que realizarnos. O en la persona un trofeo, no un compañero de viaje que lo enaltece. En estas que La 2 nos sorprende con un programa diario, antes de Saber y ganar, cuyo título no admite dudas: La felicidad en cuatro minutos. Ojalá fuese tan fácil. Pero no. La felicidad pasa por vivir la vida que realmente te corresponde, no la que te ha tocado en suerte. Y ese empeño, esa rebeldía, no es cuestión de cuatro minutos. Pero por algo se empieza.