Subidos como estamos en la montaña rusa de la crisis financiera, la trepidante actualidad de las idas y venidas de las bolsas, de las escaladas y descenso de la prima de riesgo y de los recortes para contentar a los mercados, nos está haciendo perder la capacidad para analizar algunas cosas importantes que están sucediendo en paralelo al deterioro de la situación económica.

Me estoy refiriendo al proceso mismo de toma de decisiones para combatir la crisis y más concretamente, por entrar de lleno en el meollo del asunto, a quién está tomando esas decisiones. Desde la perspectiva de España, por ser este el país donde vivimos, pero mucho me temo que también desde el punto de vista de cualquiera de las naciones sometidas a la zozobra de los mercados, parece claro que nuestro Gobierno dejó hace mucho tiempo de jugar otro papel que el de mera comparsa, de subalterno que se dedica a ejecutar las decisiones que se toman en otros sitios, sin que sepamos muchas veces ni dónde y, lo que es mucho peor, por quién y, aquí viene el quid de la cuestión, en función de qué representación.

En Europa, la mayoría de cuyos países están padeciendo los vaivenes de un euro manteado por los mercados, tenemos gobiernos democráticos consolidados, pero lamentablemente sólo pueden actuar dentro de sus fronteras y hoy, con la globalización de la economía, lo que sucede en ese terreno siempre está condicionado por lo que pasa fuera de él, por lo que nunca, por mucha legitimidad de las urnas que tenga tal o cual fuerza política, puede realmente actuar de forma efectiva contra el origen, contra la causa de todos sus males.

Por decirlo de forma sencilla: hemos cedido nuestra política monetaria pero no sabemos muy bien a quién, puesto que no hemos construido una estructura democratica al mismo nivel que la económica. Y eso nos ha conducido a que dos países, en teoría socios nuestros, Francia y Alemania, se hayan puesto a tomar decisiones por todos y a marcarnos la reglas del juego sin que a nadie parezca importarle que tanto a Sarkozy como Merkel los hayan elegido los ciudadanos franceses y alemanes, pero no los portugueses, irlandeses, griegos, españoles o italianos. Por tanto, urge que en paralelo a las medidas que se están tomando en el ámbito económico y que parece que sí o sí nos van a conducir a una conjunción más estrecha aún de las políticas económicas y fiscales en el seno de la Unión Europea, por lo menos en la zona euro, se den los pasos necesarios para dotarnos de una estructura política democrática para que, en la lucha contra los señores del dinero, se actúe mandado por los ciudadanos de los países a los que nos afectan las medidas que se están tomando para derrotar a la crisis. Esa es la única vía para evitar que entre tanta subida y bajada, tanta curva a la derecha o a la izquierda, lo que se nos caiga por la ventana sea la democracia y ni siquiera nos demos cuenta de que la hemos perdido.