Regreso de vacaciones. Trato de ponerme al día. Algunas noticias me aturden. Por ejemplo, ¿cómo doña Rita, mujer de bandera, política de raza, dialéctica apasionada y verbo proyectil, magnífica aleación de fuego y acero, puede sucumbir a la depresión?

A dichos efectos, don Carmelo Dávila, párroco de Sant Vicent del Raspeig, me explica el llamado síndrome marsupial. Lo desconocía. Y bien pudiera ser la explicación de lo que acontece en el quebrantado ánimo de la señora Barberá: que no sabe si se va o si se viene, se queda o levita, llora o gruñe desde que su bolsa marsupial se le reveló vacía. ¡Qué orfandad la infligida por el M.H. Paco Camps! Y es que roce, sufrimiento, cariño mutuo, son extraordinariamente fecundos.

Habituadas a ese calorcito de cofre, íntimo, de sobreprotectora desafiante y sobreprotegido consentido, las personas que lo han disfrutado, una vez roto el vínculo, no se reponen jamás. Eso dicen. Son, ya saben, las cosas del querer. La alcaldesa de Valencia, de verdad, me tiene en ascuas: ¿se siente preterida en lugar de preferida?; ¿teme que se le cuele e instale en la bolsa el señor Rus? Con lo que ella ha sido, una matriarcaza cangura, y van los de Madrid, ingratos, y la tratan como a una mirla.

Sería aplicable el síndrome marsupial al M.H. don Alberto Fabra, nuestro president ex novo. En su derroche de buenos propósitos y en el legítimo intento de ser acogido en la inmensa bolsa marsupial de la Comunitat, se ha trasfigurado: fíjense en cómo se le ha puesto cara de San Luis, un San luis de porcelana, fiel homenaje a su origen.

Síndrome marsupial sobredimensionado lo exhibe don Jorge Alarte. Desde que es síndic y mandamandamás (tras el chasco de quienes lo encumbraran), lo del marsupio se le queda corto y créese agigantado canguro. Así va, mirándose al espejito, encantado de haberse conocido y jaleándose a sí mismo a cada saltito. Eso sí, hacia atrás. Alguien debería advertirle que la soberbia, en política, es bolsa marsupial agujereada, a cuyo través se escurre a chorros una hemorragia de militantes y votos.

Similar a su caso es el de doña Elena Martín, cuya bolsa marsupial, S.L., le crece a ojos vista de los cargos que acumula. Cuidadín, no vaya a ser que, de tanto peso, le estalle.

Aunque para bolsa marsupial, acogedora, con esparadrapo y solidaria -una ONG casi-, la del Puerto de Alicante. Algunos se caen de la jaca, rebotan y, zas, van de cabeza a un marsupio. ¿Organizará el señor Ripoll esa cosa tan nuestra, tradicional y castiza que es la Volvo donde, por cierto, se doctoró El Bigotes?, me pregunta la Mari Virtu.

Nunca se sabe, querida, nunca se sabe. El síndrome marsupial, en vías de estudio y experimentación, da para mucho. Ya lo verás con las listas.